Acoso escolar

Un tercio de los menores agresores sexuales fueron víctimas de abusos

En el centro de reeducación de menores de Brea de Tajo, en la imagen, desarrollan un programa específico para este tipo de infractores
En el centro de reeducación de menores de Brea de Tajo, en la imagen, desarrollan un programa específico para este tipo de infractoreslarazon

¿Qué puede llevar a un menor a agredir sexualmente a otro? Pues, según los expertos, haber sido víctimas previas de esa barbarie. Según el subdirector y educador social del centro de menores infractores Teresa de Calcuta, Carlos Benedicto, ocurre así al menos en uno de cada tres casos. «Es complicado conocer la cifra real de victimización porque ellos no lo reconocen en muchas ocasiones, pero podría ascender incluso a casi la mitad de los agresores», explica. En la Comunidad de Madrid, este tipo de menores, víctimas antes y agresores después, cumplen la medida judicial en este centro situado en Brea de Tajo, perteneciente a la Agencia para la Reeducación y Reinserción del Menor Infractor (ARRMI) y dependiente de la Consejería de Presidencia y Justicia de la Comunidad de Madrid. Aquí se desarrolla un programa especial para este tipo de infractores, cuyos casos son más sensibles que los de los menores que ingresan por maltrato en el ámbito familiar o delitos contra el patrimonio. Se trata del Programa de Tratamiento Terapéutico para Agresores Sexuales Juveniles, y se aplica en el Teresa de Calcuta desde 2007.

Cada año ingresan en este centro entre cinco y diez menores. Actualmente hay diez chavales cumpliendo condena en la Comunidad (todos en este centro) por agresión o abuso sexual, la mayoría en régimen cerrado y alguno ya en semiabierto. El programa que se aplica a estos jóvenes se extiende a lo largo de lo que dure la condena impuesta por el Juez del Menor y se desarrolla en distintas fases en función de los avances del joven. «Se trabaja mucho con las familias, sobre todo en la primera fase y cuando los chicos ya están en régimen semiabierto porque son ellas las que tienen que controlarlos esas horas que no están en el centro». Es durante estas conversaciones profundas con las familias y los chavales cuando emergen algunos casos de abusos y, en ese caso, es la ARRMI la que pone en conocimiento de la Policía o la Fiscalía del Menor los casos que no han sido denunciados previamente. «Suelen haber sido objeto de abusos sexuales por parte de familiares, primos o tíos, o conocidos de la familia. Muchos casos sucedieron hace muchos años», explica Benedicto. Al contrario del deseo de estos educadores, no todos los abusos afloran por el hermetismo de los chavales en este tema, aunque ellos hayan sido después agresores precisamente para «hacer justicia» a su manera. De ahí, la dificultad para los educadores de conocer los casos de victimización previa en los agresores sexuales menores. Además, si los niños «confiesan» haber sufrido abusos, lo hacen cuando la terapia ya está muy avanzada y han cogido más confianza con sus educadores. Porque lo primero con lo que se encuentran estos profesionales es a un menor «muy perdido, enfadado con el mundo y por estar interno y que no va a reconocer nunca haber cometido ningún delito. Y mucho menos, haber sufrido abusos en su infancia». Según el subdirector del Teresa de Calcuta, el primer paso para trabajar con estos chavales es hacer una evaluación pormenorizada del menor para conocer qué factores han influenciado y de qué modo, en su comportamiento delictivo. Son chavales que, por lo general, tienen distorsiones cognitivas con respecto a las víctimas. «Sentimiento de inadecuación, de incapacidad para relacionarse con chicas y autoestima y capacidad empática muy bajas», señala. De todas formas, no hay un solo factor. «En muchas ocasiones son menores a los que los han dejado al cuidado de niños pequeños, les han permitido ver pornografía y adquieren comportamientos desviados porque consideran que el comportamiento de esos actores es lo normal».

Esta primera fase puede durar meses. Es aquí cuando intervienen las familias –en muchos casos desestrcucturadas– y la predisposición de éstas influye mucho en el desarrollo del menor. La segunda fase consiste en una terapia grupal, estandarizada en 45 sesiones de hora y media. Según Benedicto, el avance «varía mucho según cada caso porque hay chavales a los que es muy complicado ayudarlos a asumir lo que han hecho». «Los adolescentes en ejecución de una medida por agresión sexual se cierran mucho y les es muy complicado abrirse. Pero lo más complicado es asumir primero que han sido víctimas y después agresores». A lo largo de todo el programa, hay un punto de inflexión «cuando reconocen, como mucho, parte de la responsabilidad. La media de reconocimiento pleno del delito no baja de un año», asegura el experto.

Desde que se puso en marcha este programa, la Agencia del Menor ha constatado que se ha producido un importante descenso. Se han reducido en un 71,43 por ciento el número de medidas judiciales impuestas por un Juez del Menor por estos casos. Así, desde los 63 casos que se registraron en 2007, la Agencia pasó a atender a 18 menores el año pasado. Pero además del descenso general, el dato de menores atendidos por este tipo de delitos mejoró en un 5,26 por ciento respecto al de 2012, cuando se atendieron 19 casos.

A pesar de todo, la lógica alarma social que se crea con estos delitos no se corresponde con su reincidencia ni tampoco con el número de casos. Y es que el número de delitos contra la libertad sexual apenas supone un uno por ciento sobre el total de medidas judiciales impuestas a menores.