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Enamorarse

La Razón
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Lo que realmente nos distingue de la marabunta es que, aunque sea una vez en la vida, el corazón se nos desparrama por la cuesta abajo del sentimiento y nace un volcán de ternura y miedo que provoca estremecimiento. Por lo visto, a eso y al kilo de mariposas que acompañan, le llaman enamorarse. Es lo que los poetas dejaron en verso y los filósofos toman como fundamento de muchas de sus obras.

Y como siempre, hay opiniones para todos los gustos. Desde quien escribió con mala fortuna que el amor es un estado mental de estupidez transitoria, hasta quien en plena exageración decía aquello de recuperar la fe cuando fijaba la pupila en la pupila azul de la de enfrente. Cada uno entiende el amor como lo vive, o como lo sufre. Hay gente que se enamora y muere por dentro, no puede soportar su propia vulnerabilidad y hace lo posible por endurecerse para que no se le note demasiado, con lo que llena de carencias a su pareja, que soporta por amor el trance hasta que todo se termina agotando. Hay quien se convierte en un esclavo del otro, anula su personalidad y acaba por cargarse lo que tanto interesó en su día a su compañero. También encontramos a quienes, aunque vivan en pareja, luchan cada minuto por preservar su independencia. Estos son solamente unos ejemplos de entre muchos. Por eso hay tanta diversidad en el amor y los enamoramientos, tonos distintos y maneras de llevarlo. Sin embargo, me quedo con lo que una tarde me regaló un amigo en la servilleta de un restaurante: «enamorarse es amar las coincidencias. Amar es enamorarse de las diferencias». Me quedo con lo segundo. Adoro la disparidad, me encanta respirar el aire de lo heterogéneo y, cuando hay ocasión de hablar de las cosas que nunca dijimos, abrazar la discrepancia como una pieza más que ayude a rellenar el rompecabezas de la vida en común. Que haya alivio y sálvese el que pueda.