Coronavirus
¿Por qué España no ha sido Corea?
“Nadie del Gobierno se ha molestado en extrapolar lo que ha ocurrido en China”
La presente crisis sanitaria se resolverá tarde o temprano, dejando una colosal factura social y económica. Miles de familias españolas han visto cómo el virus se llevaba por delante a abuelos, padres e incluso jóvenes, ha dejado el sistema sanitario destrozado, con la mayor tasa de infección de profesionales de todo el planeta, y ha paralizado por completo la economía del país. España no vivía una hecatombe similar desde los tiempos de la guerra civil.
De todos los países afectados por la epidemia, hay uno cuyos resultados llaman la atención. El paso de la epidemia por Corea ha dejado un número ínfimo de víctimas y contagiados en comparación con el resto de los países. Cabe, por lo tanto, establecer una comparación entre España y Corea para ver en qué nos hemos equivocado.
España y Corea tienen una población similar, hábitos higienicosanitarios y estructura socioeconómica equiparables e instituciones sanitarias y profesionales equivalentes. Por lo tanto, ambos países son perfectamente comparables. Y sin embargo, los resultados de la campaña contra la epidemia han sido profundamente diferentes. Las causas de esta disparidad, por tanto, no hay que buscarlas ni en la población ni en problemas estructurales de nuestra sanidad, que es homologable a la coreana. Y eso deja al Gobierno de España como único responsable.
Si analizamos las acciones emprendidas por uno y otro país frente a la epidemia llama la atención el despliegue inmediato y agresivo de medidas implementado por el gobierno coreano, que permitió detectar a todas las personas infectadas y sus contactos mediante una campaña global de tests, y aislarlas recurriendo incluso a tecnologías innovadoras de geolocalización. Mientras tanto, el Gobierno de España estaba más atento a medidas legislativas muy acordes con su ideario más sectario pero que no suponían la más mínima barrera para la propagación del virus. Dio igual que instituciones como la OMS se desgañitaran avisando de la que nos venía encima. Nadie del gobierno se molestó en extrapolar lo que estaba pasando en China, Corea e Italia a nuestro país para tomar la más mínima medida. El grado de irresponsabilidad llegó a tal nivel que se emitieron a la población mensajes trivializando la situación, para horror de los profesionales que ya empezábamos a hacer planes de contingencia para una situación previsiblemente devastadora. Porque las manifestaciones del 8-M tenían que ser un éxito a cualquier precio, aunque ello supusiera demorar intolerablemente actuar contra la epidemia. La negligencia del gobierno se vio amplificada por quienes vendieron vilmente el posicionamiento de un gobierno que se había convertido en un peligro público. Y cientos de miles de personas salieron confiadas a la calle el 8-M, a manifestaciones y otros eventos, engañadas por las autoridades, diseminando enfermedad y muerte en una jornada que será recordada en los anales más tristes de este país.
Si a esta situación añadimos la figura de un ministro con tan nulos conocimientos de ciencia o medicina como para confundir los hisopos con los isótopos, estableciendo una nueva marca de distancia semántica previamente en manos de la velocidad y el tocino, y un Ministerio incompetente e ideologizado, obligado a asumir de repente el suministro de pertrechos sanitarios de todo el país cuando lleva casi 20 años sin comprar nada, entenderemos por qué España se ve sumida en la tormenta sanitaria perfecta.
Aunque sólo sea en memoria y respeto a los fallecidos en esta epidemia, los españoles que sobrevivan tienen el derecho y la obligación de saber qué ha pasado, identificar responsables, hacerles pagar por ello de forma ejemplarizante y exigir al Gobierno de España que la próxima epidemia nos coja mejor pertrechados de suministros y talento.
Porque, no lo duden, esta epidemia ni es la primera ni será la última.
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