Homofobia
Eran las cuatro de la tarde y Axel viajaba en el metro de Madrid dirección a la Casa de Campo donde había quedado con su chico. De repente, un viajero de unos treinta años que se había sentado frente a él, se puso de pie, se le acercó y le gritó: «Maricón, hijo de puta». A continuación, y sin que este joven de 25 años pudiera reaccionar, le pegó un puñetazo en la cara. Axel se quedó en «shock», no comprendía a qué venía aquella violencia gratuita. «Estaba tan tranquilo escuchando música con los auriculares, a mi bola. El golpe reventó los cristales de mis gafas y los cristales se me clavaron en la cara, comencé a sangrar», relata ahora, tres meses después de este ataque homófobo.
El agresor se bajó en la siguiente parada sin que nadie dijera nada. Ninguna persona se interpuso, nadie intentó frenar al pasajero ni acudir en ayuda de Axel. «Fue una experiencia horrible, nunca me había ocurrido algo así. Simplemente me pegó por intuir que yo soy homosexual». Aunque no recuerda con claridad en qué punto de la línea 5 de metro tuvo lugar el ataque, sí apunta que fue entre Oporto y Eugenia de Montijo: «Más allá de los insultos y el golpe, también me dolió la nula atención del resto de viajeros que lo presenciaron, había como unas quince personas. Nadie se acercó a preguntarme cómo estaba o si necesitaba algo. Entiendo que la gente pueda tener miedo, pero es que, incluso, cuando el agresor se bajó, ninguno vino a preguntarme, pese a que tenía toda la cara ensangrentada».
Su historia, lamentablemente, no es la primera ni será la última. Una muestra evidente de la lgtbifobia que todavía impera en nuestra sociedad. Según el último registro de delitos de odio contra el colectivo LGTBIQ+, 321 ataques fueron notificados tan solo en Madrid en 2019 y, a la espera de los datos oficiales de 2020, que se harán públicos en otoño, la tendencia va en alza. También hay que tener en cuenta que la mayoría de las personas que sufren estas vejaciones no suelen denunciarlo por miedo o vergüenza. «Es una experiencia horrorosa y hay personas que no quieren pasar por el proceso de revictimización, es decir, recrear todo lo vivido. Yo tardé en recuperarme. No puedo decir que ahora tenga miedo cuando subo al metro, pero al principio sentía mucha ansiedad. De hecho, un mes después de lo ocurrido, iba sentado en un vagón y el chaval que viajaba al lado se levantó y yo, como acto reflejo, me protegí pensando que me iba a pegar. Son cosas que no se olvidan».
Miedo a la denuncia
«Tan solo un señor se acercó después de que el agresor se bajara y me dijo: ’'¿Qué le has dicho para te haga esto?’' No pude ni contestar del daño que me hizo ese comentario. Otra chica que también lo había presenciado, una vez que más o menos me había recuperado del golpe y pude bajarme de la estación, me indicó que lo que tenía que haber hecho era salir detrás de él y denunciar allí mismo lo ocurrido para que lo cogieran. Es intolerable que encima me estuvieran regañando a mí», dice el veinteañero.
Más allá de las secuelas psíquicas, la agresión le dejó tres puntos de sutura bajo el ojo, «todavía tengo la marca de la cicatriz», nos dice señalando la zona. Ese mismo día interpuso una denuncia ante la Policía Nacional, pero todavía no ha recibido ninguna noticia al respecto: «Pude describir al agresor de manera muy superficial porque no me dio tiempo ni a fijarme, intuyo que mediría unos 178 centímetros o así y rondaría los treinta años, pero poco más. Eso sí, el metro está lleno de cámaras así que no creo que sea tan difícil identificarle».
Meses después y con la calma y perspectiva que aporta el paso del tiempo, este joven dedicado a la comunicación y estudiante de ingeniería informática subraya que este ataque no es algo «individual contra mí, sino contra el colectivo. Pese a la angustia, ansiedad impotencia y llanto que provoca cuando te ocurre a ti, te das cuenta de que es una agresión que va más allá. Al principio piensas por qué te ha pasado a ti, pero luego deduces que es un ataque fruto del odio hacia nosotros. En el ambiente noto mucha más intolerancia en los últimos años y es algo contra lo que tenemos que luchar. No se pueden legitimar los discursos del odio, no se puede agredir a una persona por su orientación sexual», puntualiza.
Este madrileño de origen argentino recomienda a todas las personas que vivan una situación similar que lo denuncien, «porque al final, solo lo hacen el 30% de los agredidos», y es necesario que quede constancia y que las instituciones se involucren contra esta lacra. Ana Fernández, directora general de Políticas de Igualdad del área de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid, atiende a LA RAZÓN para analizar el problema. Es consciente de la necesidad de implementar políticas para concienciar a la sociedad y, al mismo tiempo, ayudar a las víctimas de estos de delitos de odio: «Un estudio reciente afirma que una de cuatro personas del colectivo LGTBI manifiesta haber sido víctima de agresiones físicas o verbales en el espacio público, ya sea en la calle, el metro o centros escolares. Por este motivo decidimos hace un par de meses poner en marcha un proyecto piloto que sirva de acompañamiento a estas personas», asevera. Así, y en colaboración con la organización Arcópoli, ya han atendido a 24 personas desde el 19 de abril. Según las estadísticas que manejan, el 80% de los denunciantes son hombres homosexuales de una media de edad que ronda los 30 años.
Secuelas psicológicas
En este programa trabajan un experto en materia jurídica para asesorar a las víctimas y un psicólogo, Víctor Méndez, que asegura a este diario que «las secuelas que provocan este tipo de ataques son muy diferentes a las de otro tipo de agresión». «También es cierto que, a medio o largo plazo, las víctimas consiguen sobreponerse, pero es fundamental el apoyo social que reciban, que se sientan acompañados y comprendidos. Hasta ahora hemos trabajado con varios casos y situaciones complicadas, la mayoría hombres, ya que quizá, las mujeres lesbianas, en ocasiones, pueden confundir este ataque como violencia machista y por eso no nos lo comunican», añade el experto.
Hasta la fecha, se han puesto en contacto con ellos, a través del teléfono que han habilitado (91 878 09 05) o de las redes sociales, personas de entre los 23 a los 61 años. «Según los datos que manejamos hasta ahora, la nacionalidad mayoritaria de los agredidos es la española, los ataques se producen en horario de tarde-noche, y los distritos donde más se han registrado es en Latina y Centro», añade Fernández. Axel, que también ha trabajado como activista, reconoce el compromiso de las ONG con el colectivo pero recuerda que «no podemos quedarnos callados, hay que hacer hincapié en la educación para que no se normalicen situaciones como ésta. No es fácil hacerlo público, pero creo que ayuda a que otras personas lo hagan», concluye.