Guerra Civil
El refugio antiaéreo del Retiro que sirvió para cultivar champiñones
Construido a ocho metros de profundidad cuando lo peor de los bombardeos sobre Madrid había pasado, nunca fue utilizado. El Ayuntamiento lo hará visitable el año que viene
En un lateral del Parque del Retiro, junto a la Puerta de la Reina Mercedes, unas planchas de hierro descansan sobre el suelo ajenas al ajetreo callejero. Corredores, paseantes, estudiantes y ociosos atraviesan cada día los jardines a su lado sin prestar atención. Pero este jueves soleado en Madrid han sido apartadas, dejando al descubierto unas escaleras que, ahora sí, provocan alguna mirada de curiosidad. Bajo los pies del caminante habitual hay un «secreto» a punto de ser desvelado, una cavidad excavada a conciencia que alberga un refugio antiaéreo de la Guerra Civil nunca hasta ahora dado a conocer como lo será en breve.
El Ayuntamiento de Madrid pretende abrirlo al público «el año que viene», según nos explica el director general de Patrimonio Cultural del consistorio, Luis Lafuente, guía de excepción, que nos da algunas claves mientras descendemos al interior, húmedo y bien iluminado gracias al trabajo de los operarios municipales.
«Se trataba de refugiar a la gente, cuantos más mejor, en unas condiciones mínimas», explica Lafuente. «Tiene mucho que ver con los de la Primera Guerra Mundial», narra desde el interior del escondrijo. «Aquí se cumple la tipología de refugio en galería, que cada 25 metros tuerce 90 grados para evitar las ondas expansivas». El aforo es de «275 personas, aunque no se descarta que en momentos puntuales de peligro pudiera haber más gente. La altura varía, desde 1,60 hasta 2,48 metros, y la anchura suele ser 1,20 y en los lugares más estrechos, 1,10 metros. La profundidad también es variable y era, como no podía ser de otra manera, un refugio oculto al exterior», detalla.
Contamos días después para situarnos en contexto con Antonio Morcillo, antiguo artillero y presidente del Grupo de Estudios del Frente de Madrid (Gefrema). Nos recuerda cómo, acabada la guerra, el primer ayuntamiento del franquismo se encontró Madrid «patas arriba» aquel abril de 1939, con multitud de refugios a medio hacer o casi terminados. Al llegar el otoño, las estructuras que no estaban consolidadas «se venían abajo con las lluvias». Como era necesario buscar «una solución, pese a la carencia económica, se habilita un presupuesto para apuntalar, terminar algunas construcciones o directamente taparlas con tierra». En el caso de este refugio del Retiro se destinan «entre 200 y 400 pesetas» al contrato de un maestro pocero para acondicionar el espacio, que será usado por los jardineros para guardar sus herramientas o, más adelante, para cultivar champiñones. «En los últimos 20 años estaba cerrado sin ningún tipo de uso salvo como almacén», afirma por su parte Lafuente.
En los primeros momentos del conflicto «se busca refugio en los andenes del Metro y en los sótanos, hasta que se acomete un plan serio para proteger a la población», señala Morcillo. Pero es una vez terminada la contienda cuando se hace una relación de los abrigos de protección existentes. La República había preparado un plan que supuso «un gran esfuerzo económico, pero fue baldío», con «presupuestos a la baja que se fueron aumentando poco a poco», aunque «no se llegaba», dice el presidente de Gefrema. La mano de obra se hace menos viable, los operarios «eran llamados a filas y quien quedaba no tenía el conocimiento adecuado», con el añadido de que los costes «eran cada vez mayores para la electricidad o para disponer de bombas de achique de agua».
Entre noviembre y diciembre de 1938 «se deja de trabajar», pero en una relación de la Comandancia de Fortificaciones constan en el último mes del año tres refugios en el Retiro: el situado junto a la Avenida de Menéndez Pelayo donde hoy nos encontramos, otro junto a la Casa de Fieras –«casi terminado»– y un tercero al otro lado del parque, a la altura de la calle Montalbán, del que se desconoce su estado, y que fue cegado en la posguerra en su totalidad, con un coste de 14.000 pesetas. «No se usaron, pero no hizo falta», apunta Antonio Morcillo, en lógica con el nivel decreciente de los bombardeos sobre la capital. El momento de mayor intensidad es la gran ofensiva de noviembre de 1936 –sobre todo con bombardeos a cargo de Junkers Ju 52 en escuadrillas de tres aparatos, las «tres viudas», en la jerga de los madrileños–; luego «continúan» los ataques en diciembre y enero; en abril [de 1937], «algo» y en mayo, «nada». Pero como «no sabían» qué alcance en el tiempo podían tener las incursiones aéreas, siguieron construyéndose cobijos.
Cuando desaparece la aviación, los ataques son de artillería, «pero para eso no valen este tipo de construcciones», apunta Morcillo, porque los bombardeos de ese tipo «no avisan y buscan objetivos militares». En el Retiro se instalan precisamente dos baterías de defensa, una junto al Observatorio Astronómico y otra en la zona del Ángel Caído.
Morcillo rechaza los relatos que quieren jugar a la épica intentando «equiparar ese Madrid con el Berlín de 1945». Porque, dice, «no es real en ese momento», y alude a la «necesidad de una buena asesoría para explicar correctamente lo que ocurría».
Sobre la prevista apertura, el presidente de Gefrema opina que es «una maravilla». «El reacondicionamiento ha sido bueno, y no se han eliminado restos antiguos como hierros viejos, y cosas interesantísimas, como tulipas y cables de iluminación». El enclave está «en muy buen estado constructivo y es loable que el Ayuntamiento lo haga visitable», porque tiene «interés como típico de los que se hicieron en Madrid: lineal, con un hueco corrido en las paredes para colocar una madera donde sentarse». Y cuenta además con una zona de duchas y retretes –a la entrada– para evitar la «insalubridad» si la estancia se prolongaba. Hay también un habitáculo que da a la salida cegada de Menéndez Pelayo que pudo tener dos usos: «como botiquín o para albergar un sistema de iluminación interna con un generador o batería».
Un informe arqueológico de 2017 certificó que el enclave «se encontraba en buen estado de conservación», relata por su parte Luis Lafuente en nuestra visita subterránea. «En esta legislatura hemos buscado el suelo original, montado toda la instalación eléctrica y asegurado los cerramientos buscando la estanqueidad». Está «pendiente –arrancaremos a final de año–, un estudio de evacuación que pretende ver las condiciones para difundirlo como un bien patrimonial, qué aforo de visitantes –no muy elevado probablemente– podría albergar y qué instrumentos de seguridad–antiincendios, etc– necesitamos para mantener el control durante la visita». La intención es incorporar el enclave al programa de Pasea Madrid y al Madrid Otra Mirada de octubre de 2022, «como un aliciente más», aventura Lafuente.
En breve serán visitables también los dos búnkeres de Mata Espesa, movidos cien metros de su ubicación original en una operación inédita en España, por la ampliación del recinto ferial de Ifema, una intervención que se realiza «solo en casos excepcionales», en la que se busca que la orientación sea la misma, «pero es verdad que hay elementos que descontextualizas, aunque hay que compaginar la conservación con el interés social», señala Luis Lafuente, mientras en el exterior la vida cotidiana sigue su curso, ajena al escondite de 1938 que muy pronto podrá ser compartido por los madrileños.
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