Opinión

Madrid sí es una fiesta

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El miércoles en Casa Patas nos reunimos Chapu Apaulaza, Edu Galán y yo y estuvimos hablando de cancelación, gracias a la cortesía, el interés y el buen hacer del instituto Juan Belmonte. Nos faltaron Borja Sémper, que se pilló un Covid como un día de fiesta para que nadie se lo cuente, y Pedro Herrero, al que citas ineludibles secuestraron en el último momento. Yo llegué tarde porque soy muy diva y saludé atolondradamente al tendido antes de entrar en faena. Qué alegría da ver de nuevo a la gente llenando los espacios, reuniéndose y compartiendo.

Las cañas con Fernando Porres fueron gloria bendita. Qué bien se tiran las cañas en Madrid. Nos contraprogramaban en Casa de Vacas (la cosa iba de casas, ambas llenas) tres grandes: Francisco Igea, Andrés Trapiello y Arcadi Espada, que hablaban de convivencia y contra las trincheras.

El que no tuvo plan el miércoles fue porque no quiso. Parece que el debate y la reflexión pausada, el diálogo, tienen cabida en el debate público, que no es todo tertulianismo gritón y exacerbada emoción. Las ideas tienen su espacio, y es presencial.

No todo es Twitter, hay vida ahí afuera. A mí, que me divierten las redes sociales como le divertiría la charla en la máquina del café a un oficinista, respiro tontorrón sin más trascendencia que el chascarrillo o el cotilleo, me alegra mucho este trasiego de la conversación pública en la vida real, en los bares y en las barras, en las salas y en los locales. Con copas a poder ser, con amigos (esto no es negociable). Me fascina ese gesto de cerrar el portátil y atrapar ahí dentro los gritos indecorosos de los que creen que un tuit encierra el saber del mundo, que da y quita razones. Qué poder el nuestro para no escuchar a los tontos.