Cultura
El plan para rescatar el monasterio más antiguo de Madrid
La Consejería de Cultura licita las obras de restauración de Santa María la Real de Valdeiglesias, construido en el siglo XII
En el pequeño municipio madrileño de Pelayos de la Presa se encuentra el Monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias. Se trata de un cenobio de gran valor arquitectónico e histórico por ser el más antiguo de la región y cuyo origen se remonta al año 1150, aunque no fue hasta 1984 cuando fue declarado Monumento Histórico Artístico de carácter nacional, como BIC (Bien de Interés Cultural) en la categoría de Monumento. A día de hoy pertenece a la Fundación Santa María la Real de Valdeiglesias, cedido gratuitamente por su anterior propietario, Mariano García Benito.
Desde 2002, no han cesado los trabajos de restauración para soslayar el problema arquitectónico que afectaba a la inestabilidad estructural del convento. La Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad de Madrid ha abierto ahora a concurso público un contrato para que se lleven a cabo las pertinentes obras de restauración con una duración de nueve meses, principalmente en la cilla y la capilla mozárabe. Actualmente está pendiente de adjudicación y el presupuesto está cifrado en 359.376 euros.
El Monasterio queda situado en el valle de Arroyo del Molino de la Presa, acompañando al río Alberche, al suroeste de la Comunidad de Madrid y lindando con las provincias de Ávila y Toledo (Carretera de los Pantanos). Pelayos de la Presa, donde residen 2.537 habitantes, dista de 61 km. de Madrid capital. Este patrimonio arquitectónico, único en la Península, posibilita su visita a todos los públicos y nos traslada a los siglos XII y XVIII, donde podemos apreciar su riqueza artística, transportándonos desde el románico hasta el barroco. Igualmente, está disponible para la celebración de eventos privados e incluso su localización ha sido escenario de películas, series de televisión y videoclips.
Patologías y desgaste
La actuación impulsada desde el departamento de la consejera Marta Rivera de la Cruz busca en algunos de los puntos más dañados del monasterio por la meteorización y humedad, que se encuentran concretamente en la Capilla Mozárabe y en la parte de la Cilla, parte del convento donde se guardaban las provisiones.
El edificio no tiene cubierta ni conserva los forjados que antaño lo soportaban. Además, debido a las aguas pluviales, el debilitamiento de los muros es cada vez más progresivo y están perdiendo la estanqueidad. Los muros muestran una fachada muy meteorizada que define las pérdidas de los rejuntados y remates de cabeza. También se encuentran al borde del colapso los restos de las bóvedas de ladrillo que comunicaban la galería superior del claustro procesional. Por su parte, la capilla presenta daños estructurales que se aprecian en las grietas y deformación de la cúpula, y los muros pierden solidez y cohesión. De hecho, en varios de ellos se detecta falta de enjarje, lo que hace que peligre su estabilización. El sistema de construcción apuntó a que era de carácter mozárabe (la arquería doble de arcos de medio punto apoyados en una bancada corrida de piedra recuerda mucho a la iglesia de Santo Tomás de las Ollas de León, en Ponferrada), sin embargo, en 1992 encontraron restos de un trampantojo que imitaba la sillería.
Para proteger las filtraciones y humedades de capilaridad y condensación, se tendrán en cuenta las mejoras de impermeabilización e implantación de nueva cubierta, así como una red de drenaje, forjado y colectores de saneamiento. Finalmente, se hará una limpieza general.
Un origen visigodo
Los inicios del Monasterio parten de la época de los reyes visigodos. Los historiadores Fr. Bernardino de Sandoval y Fr. Ángel Manrique afirmaron que fue Teodomiro (noble visigodo del siglo VIII) el primer hombre que se retiró a este valle para dedicarse a una vida eremítica y religiosa junto con otros nobles. Este fue el origen de la comunidad benedictina en Pelayos de la Presa: los nobles que poblaron “El Valle de las Iglesias” y conformaron el Monasterio.
No fue hasta 1177 cuando el Monasterio se incorporó a la Orden del Cister y en 1488 a la Regular Observancia de Castilla, llevada a cabo por Fray Martín de Vargas y concedida por el Papa Martín V. Algunos teóricos apuntan que Fray Martín fue enterrado en este Monasterio, por su arraigo con el lugar sagrado. En 1805, el Rey de León, Alfonso VI, conquistó la ciudad de Toledo y, en consecuencia, el Valle de las Iglesias pasó a estar bajo su mandato. Con el objetivo de repoblar los territorios conquistados, en 1150, el Emperador Alfonso VII cedió a los monjes eremitas el Privilegio Real de fundación, en el que se agruparon los doce eremitorios en una única comunidad de la Santa Cruz, sometida a la regla benedictina y regidos por el Abad Guillermo.
La etapa de mayor auge económico durante los siete siglos de vida activa del Monasterio se dio tras la incorporación a la Observancia de Castilla impulsada por los Reyes Católicos, dotando al convento de gran autonomía. Sin embargo, fueron dos incendios y la venta de sus señoríos de San Martín y Pelayos los acontecimientos que desembocaron en la máxima pobreza y posterior desaparición del convento, ejecutada bajo la Ley de Desamortización de Mendizábal en 1835.
Tuvieron que pasar 138 años desde el abandono del Monasterio hasta que el arquitecto madrileño Mariano García Benito compró las ruinas en el año 1974. Desde entonces está bajo supervisión y cuidado. Años más tarde, en 2004, se constituyó la Fundación Monasterio Santa María la Real de Valdeiglesias, cuya misión principal es continuar con el legado del Monasterio, garantizando su protección y conservación.
Reforma del monumento
La Comunidad de Madrid está interviniendo desde hace varios años en su mantenimiento, ya en 2021 se restauró la portada del Monasterio. Las primeras medidas a llevar a cabo serán las relativas a la seguridad. Por ello se deberán seguir las instrucciones definidas en el Plan de Seguridad previo a comenzar con las reformas. Posteriormente, será labor del arqueólogo la elaboración de un estudio para la autorización oficial. En éste deben concretarse las labores y el alcance final de las obras, como por ejemplo los trabajos de consolidación y restauración o el seguimiento y presencia permanente de un arqueólogo en la apertura de las zanjas y excavaciones. Así mismo, debe quedar constancia descriptiva y fotográfica de todas las obras realizadas y de los hallazgos, en caso de haberlos.
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