Historia

De Quevedo a Aleixandre: así es el instituto de los Nobel que está en Madrid

Por el IES San Isidro han pasado los más ilustres personajes de la historia de España desde el siglo XVII

En julio de 1834, al clima de tensión política y social generado por las guerras Carlistas se le sumó algo que los madrileños no pudieron soportar: la enfermedad. Una epidemia de cólera azotaba la ciudad y la gente, rota por el dolor y dividida por las ideas, trató de buscar respuesta a lo que estaba pasando, y una serie de suposiciones y malentendidos llevaron a un gran número de madrileños a concluir que los jesuitas del Colegio Imperial San Isidro, con el afán de acabar con aquellos que promulgaban ideales menos conservadores, habían envenenado el agua de la ciudad. La solución: asaltar el colegio y acabar con los religiosos. “El pueblo es conductor admirable de las buenas como de las malas ideas, y cuando una de estas cae bien en él, le gana por completo y le invade en masa”. Así explica Benito Pérez Galdós en sus “Episodios Nacionales” lo que había sucedido aquel 17 de julio en el que el dolor por la muerte de una joven sirve de chispa para incendiar las mentes de la multitud que acabó con la vida de más de una decena de jesuitas al irrumpir en la ilustre institución que, antes que al propio escritor, había dado educación a otros grandes de las letras como Quevedo o Lope de Vega, y después sería el alma mater de premios Nobel, presidentes del Gobierno y otras muchas personalidades del mundo de la cultura y el arte y que a día de hoy sigue funcionando como el IES San Isidro, situado en la céntrica calle Toledo.

Uno de los esqueletos que conserva el IES San Isidro
Uno de los esqueletos que conserva el IES San IsidroDavid JarLa Razon

Si bien las aulas se remodelaron en la década de 1970, el edificio conserva aún su hermoso y austero claustro barroco. “Este edificio comienza a construirse en 1613, ya que anteriormente el colegio de la Compañía de Jesús estaba en la calle Imperial, al lado de la Colegiata de San Isidro, que era la catedral de Madrid hasta que, hace relativamente poco, pasó a serlo la Almudena”, explica a LA RAZÓN Rafael Martín Villa, jefe de estudios del actual instituto. Así, este centro educativo construido con la herencia de la emperatriz María de Austria tras la muerte de Maximiliano y su vuelta a Madrid para enclaustrarse en el convento de las Descalzas Reales, se convirtió en el corazón de la ciudad. “Este lugar está plagado de rincones llenos de historia”, continúa Martín, señalando una pequeña puerta a la que se accede desde el claustro. A través de ella se accede a una cripta en la que están las sepulturas de aquellos jesuitas asesinados por aquella turba que les acusaba de haber envenenado el agua de la ciudad.

El instituto ya no tiene vinculación con la Compañía de Jesús. Cuando Carlos III expulsa a los jesuitas de España, nombra a profesores laicos. “De ahí también viene gran parte de la disputa que hay entre Carlos III y la congregación”, apunta el jefe de estudios. Asimismo, la capilla, donde anteriormente los religiosos celebraban misa con frecuencia, pasa a separarse del centro y acaba siendo el salón de actos de la Universidad Central. “Pío Baroja, en el ‘Árbol de la ciencia’ relata también cómo eran las jornadas de estudio en aquel lugar, así como las travesuras que perpetraban los alumnos”, explica Martín. “Eran bastante peor que los de hoy en día”, bromea. Sin embargo, después de la Guerra Civil, este pequeño edificio coronado por un impresionante fresco en su techo vuelve a convertirse en capilla, y a día de hoy se utiliza para distintos eventos, como conciertos de música clásica. “Incluso algún profesor del instituto se ha casado aquí”, añade Martín.

Museo del instituto
Museo del institutoDavid JarLa Razon

Este lugar aparece en innumerables crónicas y obras literarias. Por él han pasado, además de los grandes escritores del Siglo de Oro, como Quevedo, Calderón o Lope de Vega, en fechas más recientes, los premios Nobel Camilo José Cela, José Echegaray, Jacinto Benavente y Vicente Aleixandre, así como presidentes del Gobierno de España como el Conde de Romanones, José Canalejas, Eduardo Dato o Carlos Arias Navarro. Los socialistas Jaime Vera y Julián Besteiro también estudiaron en este centro, si bien no coincidieron en los mismos años. “Si buscas en el mundo cualquier otro centro con un pasado como este, no lo encuentras”, asegura el jefe de estudios. “Tal vez el Imperial College de Londres, pero poco más”. A la lista se suman Arturo Soria, Gregorio Marañón, Jiménez Díaz, Juan de la Cierva, Miguel Mihura, Pedro Salinas, Turón de Lara, y Manuel y Antonio Machado. “Los dos estudiaron aquí pero solo estuvieron un año porque suspendían”, dice Martín. De hecho, en el museo que han creado en el centro se exponen los expedientes de todos estos alumnos. Juan de Borbón y el rey emérito, Juan Carlos I, también fueron alumnos de estas aulas, y el actor y director Santiago Segura estuvo en la compañía de teatro del instituto.

“Que alumnas y alumnos estudiasen en el mismo centro a principios del siglo XX es un hecho bastante desconocido, pero al ver los expedientes, se comprueba que fue así”, continúa Martín. “No obstante, por ejemplo, al principio existieron sus pequeños problemillas, porque algunos profesores sí que les mantenían en filas separadas, pero llegó el catedrático de química Rodríguez Largo y dijo que no, que se iban a sentar en orden alfabético”, explica. Esto, que a día de hoy se da por sentado, provocó que en uno de los periódicos de la época “saliera la noticia de que en el San Isidro los alumnos se iban a sentar por orden alfabético”. El museo que han preparado está plagado de estas pequeñas anécdotas de la historia del centro, así como de fotografías antiguas, revistas que se publicaban, libros, memorias… Pero también material educativo, desde modelos humanos anatómicos desmontables del siglo XIX hasta animales exóticos e, incluso, un esqueleto humano real.

El reloj solar más antiguo descubierto al hacer una obra
El reloj solar más antiguo descubierto al hacer una obraDavid JarLa Razon

Pero mantener una carga patrimonial tan amplia no es sencillo. “De vez en cuando viene la escuela de restauración y nos ayuda en alguna cosita. Lo más potente que hemos descubierto hace poco es el reloj de sol más antiguo de la ciudad de Madrid”, explica Martín. Salió a la luz cuando tiraron el edificio colindante, que estaba en muy mal estado, y en una de las paredes junto a la capilla apareció este reloj, situado de tal manera que se puede ver desde las clases. Martín argumenta que saben que es el más antiguo de la ciudad porque “la capilla es de 1726, mientras que el edificio que había era de finales del siglo XVIII, por lo que el reloj tenía que ser de ese intervalo”. Al descubrirlo, comenzaron a indagar qué profesores daban clases en ese periodo, y resulta que había una asignatura que era astronomía y nomónica. Es decir, hacer relojes de sol. “En el monasterio de El Escorial hay una cosa que se llama meridiana, que sirve para saber cuándo es mediodía y poner en hora los relojes mecánicos”, relata el jefe de estudios. “Su creador, Juan Wendlingen, era el profesor de esa asignatura. Al investigarlo, descubrimos que se habían hecho observaciones astronómicas desde aquí con el material que se trajo de Inglaterra para el observatorio astronómico de Cádiz, que en teoría es el más antiguo de España”.

“Este instituto es un tesoro que tenemos en Madrid, pero muy poco conocido”, continúa Martín. Hay, incluso, una obra de Cervantes en la que se habla de cómo los ricos llevaban allí a sus hijos en carruaje para que todo el mundo los viera. Pero, lo que antes era el centro de la ciudad, ya no lo es. “Si buscas, te quedas asombrado de la cantidad de anécdotas y de historias que suceden en estas paredes”.

Escalinata del instituto que permite el acceso a las aulas
Escalinata del instituto que permite el acceso a las aulasDavid JarLa Razon
Sentido de pertenencia
Puesto que en el instituto conservaban un número tan amplio de elementos antiguos interesantes, decidieron recopilarlo todo en un sitio para poder conservar esta memoria y que los alumnos y la ciudad de Madrid lo reconozcan. Son los alumnos, de hecho, los que muestran el museo a los visitantes. “Les ayuda a implicarse, a generar ese sentido de pertenencia, y realmente se sienten muy orgullosos de formar parte de una institución con tanta historia detrás”, dice Martín.