Historia
Madrid contra los incendios (II)
En pleno de verano de 1566 (21 de agosto) tuvo lugar un primer gran susto: se metió fuego la «Plaza» (sobre su solar se levantó más tarde la Plaza Mayor)
E14 de enero de 1562 se presentó en el Ayuntamiento el maestre Juan. El maestre Juan era un zapatero. Traía el remedio contra los incendios: dos herradas de cuero que se le habían encargado. Curiosas estas herradas, que no eran de madero y con dovelas de hierro, sino que eran de cuero (según el Diccionario de la RAE la herrada es sólo «Cubo de madera, con grandes aros de hierro o de latón, y más ancho por la base que por la boca»). Enseñada la muestra, se ofrecía a fabricarlas por 20 reales de plata cada una. Se aceptó el ofrecimiento. Con dos herradas, habría para apagar todos los incendios de toda la ciudad. El dinero para el pago también procedería de la leña vendida.
Así que Madrid tenía encargadas unas ordenanzas y listas unas herradas. ¿Qué más se podía pedir? Menudo ambiente de tranquilidad, mientras la ciudad crecía y crecía.
Unas semanas más tarde (14 de febrero) se pagaron al maestre Juan dieciocho herradas que estaban listas. Y por fin, el 4 de febrero Diego de Vargas exhibió las ordenanzas ante el Ayuntamiento. La escena se me antoja genial: en efecto, presentaría un cuaderno manuscrito…, que no supieron leer con soltura, y lo que es peor, sospechaban que no era presentable para su sanción por el Consejo Real. Porque leer aquella endiablada letra tiene su misterio: «que las ordenanzas que ha hecho el señor Diego de Vargas […] se trasladen de buena letra para llevarlas al Consejo a confirmar».
¡Ah!, por cierto en ese mismo día se tomaron dos acuerdos interesantes, «que se busque en los archivos de esta Villa las derramas y repartimientos que antiguamente se hacían» y que «de la madera del arco [¿de Santa María?] se tome lo que fuere menester para hacer un postigo para el almacén del aceite». O sea, la importancia de los archivos y el reciclado de los tablones de madera. En tiempos de un Imperio.
El caso es que algo debió pasar cuando exhibió las ordenanzas, porque volvió con ellas el 28 de febrero, día en el que «Diego de Vargas presentó un cuaderno de ordenanzas que por [comisiones] de este ayuntamiento ha hecho y ordenado, las cuales son para remedio de los fuegos cuando acaecen, y para el examen de los carpinteros, albañiles y yeseros y tapiadores y ladrilleros y caldereros y cerrajeros y herreros y chapuceros y para la limpieza de las calles. Y habiendo sido vistas y examinadas, dijeron que, por ser como son tan necesarias y provechosas para el bien de la república, que las otorgaban y aprobaban. Y suplicaban a Su Majestad y señores de su muy alto Consejo las confirmen y manden cumplir y ejecutar de aquí adelante, y otorgar petición para lo susodicho». La cita es larga, pero habla mucho de aquella sociedad y sus oficios. Aún el 31 de octubre de 1565 se pedía al rey que aprobara las susodichas ordenanzas, que las tenía el secretario real Zabala. No me consta la aprobación de esas ordenanzas, aunque puede que se aprobaran y que no tengamos registro de ello. En cualquier caso, que el fuego era cosa seria, lo dejaron dicho también cuando al hablar de la «casa del pescado», un mercado solo de pescado (que por cierto ya se traía en abundancia desde Terranova, según consta en las Actas), se decidió que la «red», esto es, la separación entre vendedores y compradores, una suerte de verja, fuera de hierro «por el ornato de la Villa y por el peligro del fuego».
En pleno de verano de 1566 (21 de agosto) tuvo lugar un primer gran susto: se metió fuego la «Plaza» (sobre su solar se levantó más tarde la Plaza Mayor). En ella vivía mucha gente, pero también en cuevas excavadas en los sótanos. Hubo que desalojar a todo el mundo. Se decidió armarse contra el fuego por lo venir: «el gasto que se ha hecho en el remedio del fuego que anteayer se prendió en las casas de la plaza, así en apagar el dicho fuego, como en descubrir las personas que estaban en las cuevas de las dichas casas y sobre que de aquí adelante se hagan herramientas para defensa de los fuegos...», además de lo cual, «porque en toda la plaza no hay pozo de que se pueda sacar agua para los dichos fuegos se haga un pozo con una noria o bomba».
Tal vez escarmentados por el susto del año anterior, o sencillamente porque estaban en que los incendios se apagan en invierno o primavera, a lo largo de esta estación de 1567 se mostraron muy activos en el luchar contra el fuego porque la preocupación seguía.
Así que en la primavera de 1567 (14 de mayo) se fueron de compras las ferias de mercadurías de Medina del Campo, que era donde se vendía todo y de todo lo que se necesitaba en Castilla. De ahí su esplendor, hasta que el triángulo Lisboa-Sevilla-Madrid acabó con esas ferias y también con las ferias financieras: «En este ayuntamiento se acordó que se traigan de la feria de Medina del Campo [además de tela para toldos del Corpus] y si hubiere aguatochos, compre los aguatochos», hasta dos docenas. Las aguatochas son las bombas para impulsar agua. Dos días después, el 16 de mayo, el Ayuntamiento «se concertó con Alonso Toledano, herrero, vecino de esta villa, que hará doce hachas, martillos en aceradas las bocas y martillos, por un ducado cada una, para en tiempo que hubiere fuegos en esta Villa, las cuales hará conforme a una hacha que trajo por muestra”, como el maestro Juan había llevado las suyas, y además s ele encargaron dos palancas de pie de cabra.
Y poco después, el 4 de junio se convocó al Ayuntamiento a los «hacedores y diputados de rentas para tratar sobre lo de los fuegos y dar orden en el remedio de ellos», porque estaba claro que luchar contra el fuego, costaba dinero.
✕
Accede a tu cuenta para comentar