Historia
Sobre el Colegio de los Niños de la Doctrina en tiempos de Felipe II (V)
n 1579 se reiteraba la prohibición de acoger a ningún menor en aquel centro. ¿Cómo abandonar a tanto crío que deambulaba por las calles de Madrid? El Ayuntamiento decidió actuar
Quedaban asuntos en el tintero, como el exceso de niños abandonados, o el cómo se legía a los rectores del Colegio, entre otras cosas:
Pero, ¿cómo abandonar a tanto crío que deambularía por las calles de Madrid? A primeros de abril de 1579 se reiteraba la prohibición, lo cual quiere decir que no se cumplía el mandato municipal: «Que no reciban ni acoja en el dicho colegio ningunos muchachos ni otras personas (…) ni para dormir, ni para comer, ni que estén allí de día ni de noche...». ¡El 23 de abril de 1585 y el 28 de agosto se repitió la orden; de nuevo en enero de 192 y así en adelante! Obviamente, si no se ampliaba el Colegio y la población crecía desmesuradamente, no se podía poner remedio a la situación. Y además, todo esto coincidía con la famosa «reducción de hospitales» ordenada por Felipe II. El objetivo que se perseguía era bueno. La cantidad de fundaciones privadas y pías para asistir a unos cuantos enfermos en cada una era tan costosa y fragmentaria que resultó ser inoperativa. Se decidió agrupar rentas, edificios, recursos humanos y materiales. Podría haberse conseguido una revolución sanitaria, pero las excepciones acá y allá, impidieron la fusión de hospitales y se mantuvieron muchos hospitaluchos que no eran más que casas de auxilio social.
Fue entonces cuando el ayuntamiento de Madrid decidió actuar. Equivocaron el causante del exceso de niños de la Doctrina. No fue por la reducción de hospitales, sino por presión demográfica e inexistencia de controles de natalidad. O sea, que eran unos pecadores. En cualquier caso, al fin, se plantearon agrandar el Colegio de San Ildefonso. Se pidió al Consejo «licencia para que esta Villa pueda comprar unas casillas que están arrimadas al Colegio de la Doctrina, a las espaldas, que se venden para el ensanche del colegio, que es necesario por la mucha apretura que en él hay y necesidad de hacer dormitorios que, por haber tantos niños después de la reducción de los hospitales, no tienen dónde dormir y de otras cosas que tiene necesidad para la comodidad de los niños» (25-XI-1588). El rey dio licencia para la adquisición de las «casillas»… el 21 de octubre de 1592. En 15 de enero de 1598 consta que se ha encargado una ampliación ya a Francisco de Mora.
Los niños de la Doctrina también hacían procesiones, como aquella del Corpus de 1594 (9 de junio) que fue presidida por el príncipe Felipe (III), el Archiduque Alberto y vista pasar por debajo del balcón en que estaba, por Felipe II. «En la procesión vino revestido de pontifical el dicho Nuncio y primero vinieron los Niños de la Doctrina y tras ellos los pendones de las cofradías que hay en esta villa, por su antigüedad, y las cruces de las parroquias y a estas siguieron las órdenes de frailes que hay en esta dicha villa…».
Cuando se canonizó a San Jacinto, Felipe II manifestó su deseo de que la Villa hiciera una procesión. A ella acudieron los Niños de la Doctrina, con velas dadas por el Ayuntamiento, pues se celebró durante la noche del 15 de enero de 1595.
¿Cómo se nombraba al rector del colegio? Ya hemos visto que el Ayuntamiento nombraba una vez al año un patrono. Pero había un rector del colegio. Hasta el 20 de diciembre de 1577 fue un tal Alonso Pérez, pero en sesión municipal de ese día se anunció al pleno que, o mejor dicho «se hizo relación» que acababa de morir. Por cierto la primera vez que he visto en las Actas municipales que se llamara Colegio de San Ildefonso fue en este día. Pues bien, comunicado su deceso, se informó de que «en el dicho colegio quedaron Juan Fernández, su sobrino, y una hermana suya y una hija» que se dedicaban a asistir «siempre con él en el curar los niños y aderezarlos y limpiarlos y guisarlos de comer y hacer otras obras piadosas con mucho cuidado y diligencia y fidelidad, de que esta Villa está muy satisfecha y le conviene mucho que éstos estén y queden allí, así por su bondad y fidelidad como por el beneficio de los niños». Por ello, la Villa los confirmaba en sus puestos, aunque nombraba por rector «al doctor Hernández de Barrientos, clérigo, de quien esta Villa tiene experiencia que es tal como conviene; esto por un año o menos».
No debió aceptar el tal doctor, porque a Juan Fernández se llama «rector» y, es más, poseemos un curriculum vitae suyo, o una recapitulación de su vida, presentada el 7 de enero de 1589.
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