Arte
La colombofilia sobrevive en 2025: palomas mensajeras que aún compiten y siempre vuelven a casa
Aunque sus días como medio de comunicación militar quedaron atrás, las palomas mensajeras siguen cruzando cielos de medio mundo. En Madrid, Chemi Calle y Esteban García Jiménez lideran el Columbus Club, donde crían y entrenan estas aves para competir en pruebas deportivas. Su pasión revela que este arte centenario aún no ha dicho su última palabra.
Desde los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia hasta las trincheras de la Primera y Segunda Guerra Mundial, las palomas mensajeras han sido aliadas discretas pero eficaces en la historia de la comunicación. Durante siglos llevaron mensajes cuando ningún otro medio era posible. Incluso en el siglo XX, su tasa de éxito en misiones militares superaba el 95 %. Hoy, en plena era digital, aún hay quienes las cuidan, las entrenan y las preparan para recorrer cientos de kilómetros en pruebas deportivas.
En un rincón tranquilo de las afueras de Madrid, Chemi Calle y Esteban García Jiménez, responsables del Columbus Club, mantienen viva esa tradición. “La colombofilia es entrenar palomas para que vuelvan a casa desde distancias lejanas”, explica Chemi, mientras enseña con orgullo uno de sus palomares. A su lado, Esteban completa la idea: “Se las suelta… y ellas vuelven, porque aquí es donde tienen todo”.
En ese “aquí” caben muchas cosas: desde los nidos donde nacen y crían a sus pichones hasta los bebederos y perchas que las esperan tras largos vuelos. “Mira, estos son pichones recién nacidos”, dice Chemi señalando un rincón del palomar. “La clave es que identifiquen este lugar como su hogar. Aquí nacen, aquí crían… Por eso, si las sueltas a 300 o 500 km, siempre intentan regresar”.
Las palomas mensajeras modernas no llevan mensajes en sus patas, sino chips electrónicos y anillas que registran el tiempo exacto de llegada. Las competiciones se dividen por distancias: velocidad (hasta 300 km), medio fondo, fondo y gran fondo (más de 700 km). No vuelan al azar: utilizan el sol, el campo magnético terrestre y su memoria visual para orientarse. Algunas llegan a recorrer más de 1.000 km en un solo día, volando a velocidades superiores a los 90 km/h.
Chemi y Esteban forman parte de un grupo reducido de colombófilos que siguen cuidando este legado. Lo hacen sin esperar grandes recompensas. “Cada día es poner dinero”, admite Esteban. Pero lo que reciben a cambio —la emoción del regreso, la conexión con los animales, el orgullo por los logros deportivos— no se mide en euros.
Además, su utilidad no es solo deportiva. Durante el apagón eléctrico que afectó a buena parte de España hace unos meses, Chemi reflexionó sobre el valor simbólico y práctico de estas aves: “En caso de un apagón total, las palomas siguen siendo una alternativa analógica real”. Y no lo dice como una ocurrencia. Durante la historia reciente, hubo operaciones militares —como la célebre “Operación Columba” británica— que dependieron enteramente de palomas para transmitir información crítica cuando no había otro modo de hacerlo.
La colombofilia en España ha perdido volumen en las últimas décadas, especialmente entre los más jóvenes, pero sigue viva en comunidades como la que forman Chemi y Esteban. Mientras muestran sus instalaciones, hablan de cada ave con conocimiento y afecto. El Columbus Club no es un simple criadero; es un espacio donde cada vuelo cuenta, donde el esfuerzo se mide en metros por minuto y cada llegada a casa se celebra.
Aunque el mundo gire a una velocidad tecnológica vertiginosa, estos entrenadores recuerdan que algunas formas de comunicación —las que se basan en la constancia, el entrenamiento y el vínculo con un lugar— siguen funcionando. Sus palomas no llevan noticias de guerra, pero sí una historia que vale la pena contar: la de una tradición que sigue latiendo con cada batir de alas.