
Cultura
La exposición que recupera el alma bohemia de Madrid
El Museo de Historia redescubre la ciudad a través del arte, la rebeldía y la comadrería que nació en el siglo XIX

«Andar por calles y plazas hasta altas horas de la noche, entrar en una buñolería y fraternizar con el hambre y con la chulapería desgarrada y pintoresca, impulsados por este sentimiento de caballero y de mendigo que tenemos los españoles, hablar en cínico y en golfo y luego con la impresión en la garganta del aceito frito y del aguardiente, ir al amanecer por las calles de Madrid, bajo un cielo opaco como un cristal esmerilado, y sentir el frío, el cansancio, el aniquilamiento del trasnochador». Estas palabras de Pío Baroja en La Esfera (1915) se recogen en la exposición del Museo de Historia: «Madrid ¡Viva la Bohemia! Los bajos fondos de la vida literaria».
Se observan los tugurios, el ambiente lúgubre apenas iluminado por las farolas y los numerosos cafés de las tertulias, como el icónico Parnasillo o Café Pombo en la calle Carretas. Se leen nombres como Gómez de la Serna o Alejandro Saba. Se distingue la revista de La Germinal o el diario de La Voz, «el diario independiente de la noche». Y, como no, se respira el ambiente de entonces en la Puerta del Sol, considerado un personaje más de la bohemia y que concitaba a todos los personajes distinguidos de entonces. En este contexto, el Museo de Historia de Madrid nos invita a reencontrarnos con ese espíritu. Allí late el espíritu de artistas inconformistas, soñadores sin techo, escritores apasionados y pintores hambrientos de belleza, en un universo de luces y sombras en el que convivieron la genialidad, la precariedad y el deseo de transformar el arte y también la vida.
La exposición, comisariada por Alberto Martín Márquez, se presenta como un recorrido que revela la complejidad y riqueza de este fenómeno cultural tan madrileño. «Queríamos mostrar la camaradería y las colaboraciones que existían entre los distintos artistas: literatos, pintores, escultores, músicos…», explica el comisario. «La exposición se plantea como un diálogo entre las diferentes artes, aunque la literatura es, sin duda, el hilo conductor del discurso».

Aunque la palabra «bohemia» evoque paisajes parisinos y cafés del Barrio Latino, Martín Márquez subraya que lo que se expone aquí es, esencialmente, «bohemia española». En este caso, madrileña, aunque con ecos en la Barcelona de la época. «La bohemia no puede desligarse de la historia de la ciudad», señala. De hecho, los primeros bohemios no eran solo artistas: eran cronistas de su tiempo y, a menudo, activistas políticos. La llamada bohemia postmodernista —surgida a mediados del siglo XIX— estaba estrechamente ligada al periodismo, al teatro popular y a las novelas por entregas. Pero también tenía una fuerte conciencia social. Algunos de ellos incluso participaron activamente en la revolución de 1854, tomando las armas junto al pueblo en las calles de la capital.
La generación posterior, la modernista o «bohemia heroica», canalizó su rebeldía hacia una protesta más estética y simbólica. Criticaban sin tapujos los valores burgueses, el mercantilismo de las artes, y la creciente desigualdad que se hacía visible en los arrabales de una ciudad que crecía desordenadamente. La exposición pone especial atención en este aspecto: la denuncia social, la precariedad, y la sensibilidad hacia los más desfavorecidos como eje de una creación artística profundamente humana.

Entre los nombres que vertebran la exposición figuran algunos que, como Ramón María del Valle-Inclán o Rubén Darío, han pasado a la historia de la literatura. Pero también hay otros muchos que el tiempo ha arrastrado al olvido. Alejandro Sawa, por ejemplo, un escritor cuyo destino trágico inspiró al mismísimo Valle-Inclán para crear el personaje de Max Estrella en Luces de bohemia. O Joaquín Dicenta, autor de teatro comprometido, que supo retratar con crudeza las injusticias sociales de su tiempo.
La muestra que luce en el Museo de Historia les rinde homenaje, no solo a través de sus textos, sino también mostrando su conexión con otros artistas. «El escultor Julio Antonio ilustró algunas cubiertas de Antonio de Hoyos y Vinent; Juan Gris diseñó exlibris para bohemios como Sawa; Enrique Ochoa ilustró las obras completas de Rubén Darío…», detalla el comisario.
Barrios con alma bohemia
No se puede hablar del Madrid de la bohemia sin recorrer sus calles. Los bohemios dejaron huella en barrios concretos, que fueron sus escenarios cotidianos, sus refugios, sus campos de batalla. «La generación postromántica se movía por la calle Atocha, Lavapiés, Puerta del Sol, Santa Ana…», enumera Martín Márquez. Por su parte, los modernistas preferían el eje de la calle Ancha de San Bernardo, hoy calle de San Bernardo. En estos barrios se vivía una efervescencia creativa que iba desde los cafés hasta las imprentas, desde las tertulias hasta los burdeles, pasando por las redacciones de periódicos o pensiones para los más necesitados. «La exposición reconstruye esa geografía sentimental a través de mapas, fotografías de época, grabados, carteles y una cuidada selección de objetos personales y documentos originales».
«Cualquier discurso expositivo es una construcción», afirma el comisario. Y en el caso de esta exposición, esa construcción ha requerido un equilibrio entre rigor, diversidad y accesibilidad. «Queríamos que hubiera piezas de muy diversa naturaleza: pintura, escultura, estampa, dibujo, fotografía, material fílmico y, por supuesto, una amplia selección bibliográfica. El mayor desafío fue conseguir que todos esos elementos dialogaran entre sí, y que lo hicieran de forma coherente y pedagógica»
En ese sentido, la exposición también puede servir para tender puentes hacia el presente. ¿Qué queda de la bohemia en el Madrid de hoy?, preguntamos al comisario. «Los bohemios eran en su mayoría jóvenes que tenían la ilusión de poder vivir algún día de su arte, de lograr el reconocimiento público por su talento», responde. «Los jóvenes de ahora tienen también sus sueños y sus formas de protesta». Por esta razón, el comisario de la exposición comparte las palaras de Emilio Carrère respecto a la «bohemia auténtica» y su definición «absolutamente atemporal», y es que «es una forma espiritual, la aspiración de alcanzar un arte mejor».
Tal y como explica el comisario, en este viaje a la memoria de Madrid, es también una oportunidad para recordar a aquellos que, sin apenas medios, sin fama ni fortuna, apostaron por el arte como forma de resistencia. Y en concreto, como se puede ver en la exposición, lo encontraban en el crepúsculo de Madrid porque, como decía en «Madrid de noche» Floro Moro Godo, «yo he sondeado sitios recónditos, he huroneado madrigueras desconocidas, he sorprendido misterios de los que la gente diurna no puede formarse idea».

La exposición estará abierta al público de martes a domingo de 10 a 20 horas hasta el próximo 1 de junio. Desde el Museo de Historia destacan su buena acogida dado que «la historia de Madrid siempre es un tema atractivo y que despierta la curiosidad». No se la pierdan.
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