Historia
Expósitos en el Siglo de Oro (II)
Cada vez que un niño entraba en la Inclusa se anotaba en un registro
En el artículo de la semana pasada empecé a escribir sobre la Inclusa de Madrid y sus orígenes, así como sobre las primeras referencias escritas a ella en obras de Historia de Madrid del siglo XVII.
Ha habido a lo largo del tiempo escritos de más o menos fortuna (más bien poca fortuna y mucha fantasía) hasta que se hicieron un par de estudios sobre la documentación de archivo. Porque la documentación de la Inclusa de Madrid se conserva en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid. Con el paso del tiempo esos legajos se conservaron en la Inclusa y luego fueron pasando a la Diputación de Madrid -que era la encargada del Auxilio Social- y de ahí al Archivo Regional.
Hace ahora casi 30 años propuse a algunos alumnos que acudieran a esos fondos a recontar las entradas y salidas de niños en la Inclusa. Manuel Corchado, Mar Gaisse, Montserrat Gómez, Rosa Horcajo, Esperanza López y Carlos Lucini dedicaron una parte del curso académico 1994-1995 (¿) a vaciar los datos contenidos en los libros de entradas y salidas de expósitos, me presentaron el trabajo de fin de curso y me pareció estimulante para ellos publicárselo, como así hice en los «Cuadernos de Historia Moderna» de la UCM. Hoy, mientras redacto estas líneas, no les consigo poner cara a ninguno de ellos, y me suena lejanamente algún apellido, e incluso sé algo de vuestra existencia, que habéis seguido los pasos de la archivística, la investigación y la diplomacia. ¡Pero hace tanto tiempo! Os busco por Internet.
El caso es que, entonces, preparasteis unas gráficas espectaculares y obtuvisteis unas conclusiones sorprendentes. Empezasteis el recuento cuando la fuente lo permitía: en 1587. Os llamó la atención que cada vez que entraba un niño en la Inclusa se anotaba en un registro, la fecha, el nombre y apellidos, el sexo, el lugar del abandono, quién lo había llevado a la Inclusa y si estaba bautizado y si lo habían entregado con una limosna. Reflexionando sobre los contenidos de las fichas, son desgarradores, porque para registrarlos, quien hubiere abandonado a aquella criatura, le habría cogido en sus ropas un papelucho, más o menos cuidado, en el que contara esos datos…, y no me quiero poner en el pellejo de la madre que escribiera (o que asistiera a cómo escribían por ella) cómo se llamaba su hijo, cuándo y dónde lo bautizó, y muchas veces dejando un tierno y doloroso mensaje de despedida, implorando a quien se fuera a hacer cargo del niño que lo cuidara. Al tiempo, si podía, le echaría unas monedas en las telas que envolvían a ese fruto de sus entrañas.
Si faltaba los datos esenciales, la fecha del bautizo y el nombre, se le bautizaba y se le imponían nombres, tales como el de la persona que lo entregaba, o si había sido abandonado en el torno, el nombre del santo patrón del día.
Para sacar adelante a tanto abandonado, había una legión de amas de cría que les daba de mamar, mientras tenían qué.
En los registros se anotaba, igualmente, si la criatura moría en la Inclusa o si, por el contrario, era más afortunada y la abandonaba porque la adoptaran.
De las conclusiones que ofrecisteis merece la pena desatacarse algunas. Así, que a lo largo del siglo XVII el número de criaturas en la Inclusa oscilaba entre las 500 y las 700; que entre 1596 y 1602 se disparó el número de exposiciones, coincidiendo con la gran peste que asoló la Península: he tenido la desdicha de ver en archivos parroquiales cómo morían -seguro que de hambre, o de peste- niños recién nacidos a los pocos días de morir su padre y su madre en aquellos pavorosos años. A estos, abandonados a la puerta de la Inclusa, al menos la vida les dio una nueva oportunidad.
Y si con la peste subió el número de abandonos, naturalmente, con el traslado de la Corte a Valladolid descendió. En 1605 hubo sólo 94 abandonos (en una población que estimo de algo más de 25.000), mientras que a partir de 1606 se volvieron a alcanzar cotas de 400 abandonos. El baile de los gráficos va en concordancia prácticamente instantánea con la situación económica, pestilente, o de carestías, hambrunas o ataques a Madrid durante la Guerra de Sucesión. Así la gran crisis de subsistencias de 1796 y 1797 se reflejan en que por vez primera en un año se abandonaron más de mil niños.
(Continuará)
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