Aniversario
La historia única de la Universidad de Alcalá
Conmemora el 25 aniversario de la declaración por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad con actos, exposiciones y eventos. Solo otras cuatro universidades del mundo cuentan con este reconocimiento
A 30 kilómetros escasos de la ciudad de Madrid se encuentra Alcalá de Henares, una ciudad que, a cada paso dado, deslumbra con su pasado y en la que, nos lo dice el profesor D. Antonio Alvar y tiene razón, no hay que levantar la vista para ver siempre el cielo. Ante la impresionante fachada de su Colegio Mayor, el de San Ildefonso, fundado por el Cardenal Cisneros, con el trasiego a nuestras espaldas de una ciudad viva y junto al solar yermo de lo que fue casa de Nebrija, padre de la primera gramática de nuestra lengua y ligado a la historia de esta ciudad, escuchamos asombrados y de boca de dos guías ilustres, D. Javier Rivera, catedrático de Composición Arquitectónica y Presidente de la comisión de la conmemoración del 25 aniversario de la declaración de la Universidad de Alcalá como Patrimonio Mundial, y D. Antonio Alvar, catedrático de Filología Latina de la Universidad de Alcalá, la historia extraordinaria de la Universidad de Alcalá. Una historia que no debería dejar de contarse nunca.
Y no hay mejor ocasión que, precisamente, este año 2023 en el que se conmemora el 25 aniversario de la declaración de una de las universidades más antiguas de España, esta, y del recinto histórico de la ciudad como Patrimonio de la Humanidad. Solo cinco universidades en todo el mundo cuentan con este reconocimiento: la Universidad de Alcalá, la Universidad de Virginia (EEUU), la UNAM (México), la Universidad Central de Venezuela y la Universidad de Coímbra (Portugal).
Reconocimiento
La conmemoración culminará el día 2 de diciembre, día en que la UNESCO falló el reconocimiento, con las celebraciones conjuntas de la Universidad de Alcalá de Henares y el Ayuntamiento de la ciudad. Hasta entonces se podrá disfrutar de los actos, exposiciones y eventos con los que se conmemora, merecidamente, todo lo ocurrido en este lugar: desde exposiciones, como la bienal americana comisariada por Víctor del Campo, con un carácter más reivindicativo; a la entrega de los Premios Dra. de Alcalá, en honor a Isidra de Guzmán y Cerdá, primera mujer doctorada en España (y en esta Universidad). De la obra 399 años después, representación teatralizada de lo acontecido a Francisca de Pedraza, primera mujer en lograr en España una orden de alejamiento y la custodia de sus hijos por malos tratos, concedida por el rector de la Universidad de Alcalá en el S XVII en una sentencia modernísima y pionera; al merecido reconocimiento a la labor de la Sociedad de Condueños, la agrupación vecinal de Alcalá que salvó el Patrimonio de la Universidad.
Y es que entre estas paredes han estudiado y enseñado los grandes nombres, los hombres ilustres, de la historia de nuestro país: Elio Antonio de Nebrija, Juan Ginés de Sepúlveda, Juan de Mariana, San Juan de la Cruz, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Calderón de la Barca, Fray Diego Morcillo, Gaspar de Jovellanos… Algunos de esos nombres figuran, cerca del cielo artesonado de su techo y en recta caligrafía, en el paraninfo de la Universidad, donde es fácil quedarse sin aliento al cruzar su umbral. Aquí, donde hoy se entregan los premios Cervantes, donde uno se hace chiquito ante el peso de los que pisaron antes ese mismo suelo, hubo un tiempo en que pastaban burros y crecía la mala hierba. Era cuando la Universidad de Alcalá, bajo el reinado de Isabel II, fue trasladada a Madrid. Cuando por sus calles dejaron de pasear los estudiantes y los docentes entregados, cuando sus colegios menores lucían vacíos y Javier de Quinto compraba y desmantelaba los edificios de lo que se conoce como «manzana cisneriana», vendiendo las obras de arte que albergaban. Y entonces, cuando en 1850 se desmoronaba el arco que daba paso desde la villa al complejo universitario, los alcalaínos, casi Fuenteovejuna, despiertan y deciden salvar el patrimonio que, como ciudad, sentían suyo (y lo era), uniéndose en una Sociedad de Condueños. Su única finalidad: comprar entre todos, pioneros del crowfunding, los edificios emblemáticos de la ciudad y preservarlos hasta que la Universidad de Alcalá volviese a instalarse allí.
Esta sociedad, que llega hasta nuestros días y que unía a profesores y campesinos, a antiguos alumnos, ciudadanos de toda condición que de manera altruista y con la aportación de 90.000 reales, arrienda hoy por un precio simbólico parte de ese patrimonio de incalculable valor a la Universidad.
Centro neurálgico
Volvía en 1977 la Universidad. Pero esta, cuyo primer nombre al fundarla el cardenal Cisneros, en 1499, fue Universidad de San Ildefonso, debe su nacimiento, y nosotros una parte importante de nuestra historia, a este hombre increíble.
Ese mismo año era colocada la primera piedra del Colegio Mayor, centro neurálgico de esa idea sin precedentes que de una ciudad universitaria tiene el cardenal Cisneros.
Doce colegios menores, como doce apóstoles, con sus doce colegiales cada uno, lo escoltarían. Y hoy sigue viva. Siguen sus impresionantes edificios llenos de la vida estudiantil, todos ellos están en uso. Y lucen, cuidados y respetados, sin rastro de pintadas o papeles. «Cuando a los estudiantes», presume el profesor Alvar, «los tratas como a adultos, se comportan como adultos». Y eso parece, sí, al deambular por este lugar. De la capilla de San Ildefonso, donde el sepulcro del cardenal Cisneros nos recibe de frente y no aspirando al cielo (cosa que, entre otras, le costó el no ser santificado) hasta el imperdible, por espectacular, Patio Trilingüe. Desde que se accede a él, pasando bajo su biblioteca, en ese iniciático cruce hacia el entendimiento, cada rincón tiene una historia. Y no debe ser olvidada.
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