Historia
Leonor Cortinas, la madre de Cervantes y el rescate de sus hijos (I)
Era viuda y, con sus dos vástagos cautivos en Argel, no tenía manera de sobrevivir. Pidió una ayuda para traerlos de vuelta
El 20 y tantos de septiembre de 1575 Cervantes, que navegaba en la galera Sol de vuelta a España desde Nápoles fue hecho cautivo por los turcos, junto a su hermano Rodrigo. La Sol pudo sobrevivir al abordaje y llegar a Villafranca de Niza, «sin artillería, sin ropa, porque toda la había echado a la mar, y traía las velas hechas pedazos que le sobrevino un temporal recísimo» y luego el asalto pirata (Avalle-Arce).
Pocos días después, dos de los supervivientes de aquel ataque y abordaje, Miguel y Rodrigo, llegan a Argel. Argel era entonces una ciudad tan importante, si no más que Nápoles. Al mismo tiempo era la gran pesadilla de la Monarquía de España: Castilla quería conquistarla para acabar con aquel nido de piratas. Lo intentó Carlos V en 1541, pero fracasó estrepitosamente. Seis años antes, en 1535 había tomado con sonoro éxito Cartago-Túnez. ¿Te imaginas cuál habría sido la historia del Mediterráneo si se hubieran conquistado y mantenido Túnez y Argel? No habría habido ni Lepanto, ni Cervantes cautivo, ni nada.
Pero las cosas fueron de otra manera y aquel Miguel llegó a Argel, cautivo, con lágrimas en los ojos al divisar la ciudad desde la borda de la galera. Se le tiene por poderoso caballero; se pide una suma desorbitada por su rescate; está cargado de cadenas. Pero también es un inútil para la realización de grandes esfuerzos; no puede ser galeote. Lleva un arcabuzazo en el pecho y, lo que es peor, una mano inutilizada por otra herida de guerra en la Batalla de Lepanto, cuatro años atrás.
A los poco meses, a primeros de 1576, intenta la primera fuga del baño (que no es un balneario, sino una cárcel para los presos de rescate), a la que siguieron hasta cuatro.
Por estas fechas se autoriza a los mercedarios a poner en marcha una campaña de redenciones, lo cual implica permiso para pedir limosna. Iban calle hita pidiendo y otorgando a cambio indulgencias. Formaba todo este entramado parte de la mentalidad cristiana de socorro de los desamparados.
Las cantidades que se recibían, eran parte de los recursos de la «Cruzada», es decir una cesión de ingresos, que la Iglesia donaba al Rey con tal que esas cantidades fueran a la guerra contra el infiel y el hereje. Se hacía a cambio de mantener la exención fiscal personal del clero. Era tal la cantidad que se recaudaba a favor de la Monarquía, que se creó un Real Consejo, el de la Cruzada, para la gestión y administración de todo aquello.
El caso es que para entrar en la lista de los «rescatables» había que exhibir razones y se entraba en cierta competencia entre los candidatos: la habilidad de los de acá, redundaba en beneficio de los cautivos.
Se supone que, como era uso y costumbre, se elevó un informe al Consejo de Cruzada mostrando la necesidad en que estaba Leonor de Cortinas (la madre de Cervantes).
Era viuda y, con sus dos hijos cautivos en Argel, no tenía manera de sobrevivir. Además, estaban cautivos porque los habían capturado sirviendo al rey. Así que Leonor pediría una ayuda para rescatar a Miguel y a Rodrigo. Sin ellos era una mujer desamparada.
Documento real
Que tal petición de auxilio se hizo, parece indudable. Porque para ser rescatado por intercesión directa o delegada del rey en la orden de la Merced o de la Trinidad, debía aprobarse el rescate.
Además, cuando se da el visto bueno a la percepción de la ayuda consta en el documento real que ambos hijos sirvieron en Italia y Flandes, o que «se hallaron en la Batalla Nabal, donde al uno de ellos le cortaron una mano y al otro mancaron». Es obvio que la petición de Leonor de Cortinas estaba plagada de mentiras. Entre otras, que fuera viuda, pues no lo era.
El Consejo aprobó la ayuda de treinta escudos (doce mil maravedíes) para el rescate de cada uno, pero con condiciones: a saber, que en el plazo de un año se hubieran usado para el rescate y que, en su defecto se devolvieran. Además, que hubiera un avalista.
El avalista fue un tramoyista que trabajaba para el Ayuntamiento de Madrid, Alonso Getino de Guzmán, y el aval se concedió ante escribano público (Juan de Prado) el 28 de noviembre de 1576.
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