Construcción

Las leyes de la física tras la estatua ecuestre de Felipe IV en Madrid

Una escultura en la que participó el genio y la inventiva de Galileo Galilei para resolver el caballo encabritado

Monumento ecuestre de Felipe IV@Gonzalo Pérez Mata
Monumento ecuestre de Felipe IV@Gonzalo Pérez Mata Gonzalo Pérez Mata Fotógrafos

La Cibeles o Neptuno se llevan la fama. Y son monumentos, esculturas especiales, pero no tan únicas como esta que nos ocupa. El monumento a Felipe IV, o fuente de Felipe IV, es un conjunto escultórico emplazado a un paso del Palacio Real, en el centro de la plaza de Oriente, uno de los recintos de mayor interés histórico-artístico de Madrid. Aunque no es lo suficientemente ponderado. Su «construcción visual» tiene poco tiempo, pues fue levantado a instancias de la reina Isabel II en la primera mitad del siglo XIX, si bien, la pieza que nos interesa, la estatua ecuestre del rey Felipe IV, data del siglo XVII.

Monumento ecuestre a Felipe IV @Gonzalo Pérez Mata
Monumento ecuestre a Felipe IV @Gonzalo Pérez Mata Gonzalo Pérez Mata Fotógrafos

Por hacer un poco de historia artística, cabe apuntar que esta obra maestra se debe al escultor Pietro Tacca, quien llevó a cabo el conjunto en Italia, utilizando, nada más y nada menos, que un diseño de Diego Velázquez. Contó, al parecer, con el asesoramiento científico de Galileo Galilei para asegurar su estabilidad. Y aquí está parte de la grandeza técnica de la estatua. Digna de mención. Contó también con la colaboración del escultor Juan Martínez Montañés, autor del busto del monarca que, al igual que el diseño de Velázquez, se envió de Madrid a Florencia. Todo un trabajo en equipo en tiempos del imperio.

La estatua de Felipe IV responde a una iniciativa del propio monarca, deseoso de ser recordado en forma victoriosa. Por ello quiso contar con una escultura ecuestre similar a la que ahora preside la Plaza Mayor de Madrid, erigida en honor de su padre, el rey Felipe III, y realizada en bronce por Juan de Bolonia y el mismo Pietro Tacca.

En el «más difícil todavía», Felipe IV manifestó su deseo de que la obra que le retratase superara en calidad artística e impacto visual a la de su padre. Capricho que fue convenientemente interpretado por su valido, el conde duque de Olivares, atento siempre a los deseos del monarca, dando la orden expresa de que al rey se le representara montado sobre un caballo encabritado y andando «en corveta», modelo hasta entonces desconocido en escultura, debido a su dificultad técnica.

A lo largo de los años, la estatua ha sido objeto de diversas restauraciones y modificaciones. En 1848, se añadieron cuatro leones de bronce alrededor de su pedestal, diseñados por el escultor Ponciano Ponzano. Estos leones simbolizan la fuerza y el poder del rey Felipe IV y se han convertido en un rasgo distintivo de la estatua. En 1989, se sometió a una restauración completa, durante la cual se limpió y restauró el bronce, se garantizó la estabilidad de la estructura y se renovaron los detalles más delicados.

Con todo, lo verdaderamente relevante es su faceta técnica. Según la tradición, como apuntamos, el escultor italiano contó con el asesoramiento físico-matemático de Galileo Galilei, quien le sugirió que, para lograr que el caballo se sujetase solamente sobre dos patas, hiciera maciza la parte trasera de la escultura y hueca la delantera. Una idea esta revolucionaria. Esta solución, pionera en el mundo del arte, impuso un nuevo modelo para las estatuas, replicada en tantas otras, que ha estado vigente durante los siglos XVII y XVIII.

Una estatua que en su peregrinaje por Madrid tuvo distintas y distantes ubicaciones. Su primer emplazamiento, allá por el 1642, fue colocada sobre un sencillo pedestal frente al Jardín de la Reina, en el que se pondría en venta la producción de frutas y verduras de las huertas del Retiro para sufragar los gastos. Durante la regencia de Mariana de Austria la estatua fue colocada en lo alto de la fachada sur del antiguo Alcázar, para coronar el frontispicio sobre la puerta principal, donde permaneció hasta abril de 1677, momento en el que Carlos II decidió devolverla a su emplazamiento original. Luego, Isabel II le dio su emplazamiento definitivo. Y hasta hoy.