Ya te llamo yo
Noches de San Juan
De pronto me sorprendí a mí misma, como una Irene Montero de la vida, reivindicando el derecho a volver a casa sola y borracha
El otro día fue la presentación del libro «La noche de San Juan», de mi amigo de toda la vida Juan Carlos León, en La Fábrica. No era San Juan pero como si lo fuera. Entre otras cosas interesantes, León nos contó que, en el 83, la botella de La Casera no llevaba tapón susceptible de ser convertido en arma arrojadiza. Y también que es inelegante nombrar las ciudades en las que transcurren las historias. Por eso él no dice en todo el libro que todo ocurre en Jerez, pero ya lo digo yo.
El caso es que volvía a casa después de la presentación, tras largarme a la francesa y asegurarme de dejar a la parroquia hidratada, orientada y colaboradora. Hacía una noche de esas madrileñas, bonitas a rabiar, así que decidí hacerlo dando un paseo. No quiero mentir, así que tiraré por lo bajo: cuatro horas tardé en llegar a casa. Y no por lejos. No es que me encontrara a mi ex, que también (Ayuso, arréglame esto), es que me encontré en la calle a Madrid entero. Y una, que no es de piedra, pues parando en todos los bares.
De pronto me sorprendí a mí misma, como una Irene Montero de la vida, reivindicando el derecho a volver a casa sola y borracha. Y que no había manera. Ahí es cuando me empecé a plantear si no habremos estado malinterpretando todo este tiempo a la criatura. Que a ver si nosotros con las risas por el desafortunado eslogan, pensando que ensalzaba el fracaso en la primera cita como fin deseable y la dipsomanía como método de empoderamiento cuando, en realidad, a lo que se refería era, como yo la otra noche, al derecho a la retirada de los que no tenemos fuerza de voluntad y siempre nos lían.
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