Limpiezas traumáticas
«Nos han llegado a pedir presupuesto antes de cometer el crimen»
La especialidad de estas empresas es deshacerse del rastro que deja la violencia, la muerte en soledad o la enfermedad de Diógenes
Jesús Martínez nunca pensó que acabaría dedicándose a esto. ¿Quién en su sano juicio lo habría previsto? Limpiar los restos que deja la muerte no es algo con lo que se sueña de niño. Fue en 2011 cuando la empresa en la que trabajaba recibió un encargo especial de un hotel al que prestaban sus servicios. Alguien se había quitado la vida en el baño y les rogaban que se hicieran cargo. Ahí vio dos cosas claras: que había un nicho de mercado inexplorado y que limpiar un escenario sangriento es un trabajo distinto para el que hay que ser de otra pasta.
En conversación con este periódico, Jesús, uno de los responsables «limpiezasextremas.net», con sede en Madrid, va desgranando las particularidades de un negocio que, en la última década, ha experimentado un auge inaudito. En la definición de «traumática» entra todo tipo de limpieza que, efectivamente, esté dirigida a que parezca que algo terrible no ha sucedido. Pero también tiene algo de traumático para el que se afana en ella. Cuenta este empresario de 33 años que, cuando terminan el trabajo y vuelven todos en la furgoneta, no se oye un ruido. Todos dan vueltas en silencio y en su cabeza a lo que han visto. «Cuando vamos a casas de ancianos que llevan semanas o meses muertos siempre me pregunto dónde está la familia. A veces, el que se da cuenta de que pasa algo raro es el dueño del piso cuando ve que no pagan la renta. Recuerdo a un casero en especial que se tuvo que hacer cargo de todo porque no encontraba a ningún pariente. Justo al final apareció una sobrina para quedarse con las pertenencias», recuerda.
Mayores que han muerto en soledad, enfermos de Diógenes, suicidios, crímenes de género, violencia vicaria... Por la retina de estos limpiadores pasan las huellas de las mayores miserias de la sociedad contemporánea. Ellos tienen un asiento de palco en el horror que nosotros solo leemos en el periódico. A veces, incluso, se enteran antes de que suceda. Cuenta Jesús: «Nos ha llegado a llamar el propio criminal para pedirnos un presupuesto. Nos describió por teléfono lo que iba a ocurrir y luego pudimos verlo en los medios de comunicación. Está claro que quería hacerlo y lo tenía pensado todo. Meses después, supimos que había matado a su mujer y a su hija y después se había suicidado. La familia explicó que había dejado un sobre con el dinero aproximado de la limpieza. En aquel momento nadie nos llamó y pensamos que lo habría hecho otra empresa distinta o la propia familia. Sin embargo, es que el juzgado lo impidió porque había una investigación en marcha. Cuando vimos los detalles de la escena fuimos atando cabos y entendimos que el asesino fue quien nos había llamado. Todo había quedado tal y como nos la había descrito».
Esta historia que hiela la sangre es solo una más de las que afrontan casi a diario empresas de este tipo. Jesús asegura que hacen entre 20 y 22 limpiezas mensuales de carácter extremo. El precio del servicio oscila entre 1.500 y 3.000 euros dependiendo de las circunstancias. «Hay que tener en cuenta que trabajamos con restos biológicos y no sabemos si la persona estaba o no enferma. Usamos trajes y productos químicos especiales. Además, la experiencia nos ha demostrado que es muy importante la desinfectación si queremos que el efecto de la limpieza dure meses porque un insecto que ha estado viviendo de los restos ha dejado larvas y pueden reaparecer en cualquier momento».
Solo le conseguimos arrancar una historia un poco más luminosa. «Nos llamaron para acudir a limpiar una casa dentro de Madrid Central que, supuestamente, tenía dos habitaciones y un baño, y en la que había acumulación tras la muerte del dueño. Bueno, pues fuimos para allá y de aquellas dos habitaciones salieron otras 14. Movías cosas y te encontrabas una puerta que llevaba a otro cuarto y a otro cuarto. Todos ellos llenos de estanterías de libros por todas partes. Libros y más libros. Pensábamos que era una casa humilde y resultó ser un piso de casi 200 metros cuadrados. Sacamos dos camiones llenos de libros». El fallecido había donado la vivienda a una ONG, pero la empresa de Jesús regaló los miles de ejemplares a distintas bibliotecas públicas e instituciones culturales. Es lo que suelen hacer con los objetos que no quiere la familia. Tratan de darles la segunda oportunidad que la vida escatimó a su propietario.
Lo trágico del asunto quita las ganas de hacer la consabida referencia al Señor Lobo de la película «Pulp Fiction», pero hay algún capítulo que revela Jesús que lo hace imposible. «Recuerdo una llamada a las dos de la madrugada de una empresa que nos pedía una limpieza urgente de sus oficinas porque uno de los responsables de seguridad se había cortado las venas en el turno de noche. Tuvimos una presión enorme porque lo querían listo a las siete de la mañana, para que cuando entraran los trabajadores pareciera que allí no había pasado nada. Querían saber incluso si íbamos a tener que pintar para llevar un albañil. Es que la sangre a veces sale fácil con agua y otras requiere de espátula y pintura».
Las muertes de jóvenes por suicidio son las que han quedado grabadas a fuego en la mente de nuestro interlocutor. Hace solo una semana, acudieron a hacer un trabajo a un domicilio en el que se había quitado la vida una chica. Como suelen hacer en casos de este tipo, la limpieza se limita a la habitación en la que ha tenido lugar el episodio autolítico y el pasillo y zonas comunes por las que han podido pasar los agentes de Policía o el forense. «Ya cuando nos íbamos, nos llamaron para pedirnos que nos lleváramos también al basurero un brasero en el que no habíamos reparado. La persona se había asfixiado con él», recuerda.
Manolo González es un veterano del sector. A sus 52 años, el fundador de «Limpiezas González», la empresa que más facturó en los últimos dos años, ya ha visto de todo. Sin embargo, en conversación telefónica con LA RAZÓN asegura que uno nunca se acostumbra a un contacto tan directo con el dolor ajeno. La empresa que montó para sus hijos y en la que, finalmente, trabaja toda la familia, ha estado presente en el crimen de Parla y en el de la pequeña Laia de Vilanova. También en innumerables asesinatos de género en los que el hombre acabó con la vida de sus hijos. «La primera vez es muy dura, aunque cada vez que entramos a un escenario lo es porque no estamos preparados psicológicamente para ver eso. Te das cuenta de que morir de un tiro o de una serie de puñaladas es un espanto. La gente no es asesinada como se ve en las películas, hay sangre por todas partes porque la víctima se defiende, trata de escapar y deja un rastro en las paredes, en las puertas. O hay un desconchón enorme en la pintura por una cuchillada que ha fallado. Encontramos zapatillas pegadas o huellas de pisadas de niños de corta edad que trataron de llegar a la entrada. Lo que más me impacta siempre es la muerte infantil. Este año ya llevamos cuatro o cinco. Qué dolor tan grande para nada. Unos van al cementerio y otros, a la cárcel. Aquí nadie gana». Igual que la de Jesús, la furgoneta de «Limpiezas González» siempre vuelve en silencio.
Más de una década en un negocio que nunca imaginó tan próspero («querría trabajar menos, aunque ganara menos dinero») ha ahondado su humanidad en lugar de endurecerla. Dice que las cosas le duelen mucho más ahora que antes y que no es capaz de pasar por delante de alguien que sufre sin tratar de echar una mano. Su galería mental de horrores está a punto de rebosar: «Esto es algo que no se puede hacer muchos años porque te pasa factura. Cuando has tenido que despegar sesos del techo o tienes que entrar dos años después al escenario del crimen de una chica a puñaladas imagínate cómo te quedas».
Este oficio, desde luego, no es para todo el mundo. Algunos rompen a llorar de pronto o vomitan o tienen que salir porque no aguantan en posición vertical. Contra lo que pueda parecer, Manolo asegura que «crímenes, hay los mismos que siempre», aunque distingue una circunstancia distinta tras la pandemia de 2020. «Cada vez hay más gente que muere sola, más que nunca. Los hay que han cogido miedo a salir a la calle y han desarrollado agorafobia. Pasa mucho además que se trate de ancianos con mascotas. Acabamos de hacer el piso de una mujer en Madrid que llevaba muerta más de veinte días y tenía un perro que cuando no podía comer nada más acabó tirando de ella». Sobre la gran competencia que le ha salido a esta empresa pionera en España, lo tiene claro: «Sé que muchos han tratado de imitarnos, pero, sinceramente, a mí los que se atreven a entrar donde entramos, a oler y a tocar lo que olemos y tocamos, tienen ganado el cielo por ahorrarle a los familiares el dolor de ver lo que ha ocurrido allí. Cuentan con toda mi admiración».
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