Medio ambiente
Nuevo récord de concentración de emisiones
La OMM alerta de que “no hay indicios de que vaya a darse una desaceleración, y mucho menos una disminución de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera a pesar de todos los compromisos asumidos"
Pese a las múltiples cumbres de cambio climático, las promesas, los planes nacionales de reducción de emisiones... lo cierto es que la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera ha vuelto a alcanzar un nuevo récord, tal y como alertó ayer la Organización Meteorológica Mundial (OMM). La concentración de dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero, no ha cesado de aumentar desde principios de los años sesenta, y en 2018 alcanzó las 407,8 partes por millón (ppm), frente a las 405,5 que había en 2017. Es decir, el año pasado se llegó a una alarmante concentración de CO2 que es ya un 147% superior a los niveles preindustriales que había en 1750.
El aumento de este gas entre 2017 y 2018 fue muy similar al registrado de 2016 a 2017, ahora bien, superó el crecimiento medio de los últimos diez años, según precisa el Boletín de la OMM sobre los Gases de Efecto Invernadero.
El promedio del índice de aumento del CO2 de tres decenios consecutivos (1985-1995, 1995-2005 y 2005-2015) pasó de un incremento de 1,42 ppm al año a 1,86 y 2,06, respectivamente. Los índices de crecimiento más altos fueron durante los episodios de El Niño. Lejos queda ya aquella barrera de las 400 ppm. Un «techo» que se superó en 2015.
También se ha disparado la concentración de metano y óxido nitroso, cuya presencia y aumento es superior a la de los últimos diez años, según las observaciones de la red de la Vigilancia de la Atmósfera Global. Y lo peor de todo, «no hay indicios de que vaya a darse una desaceleración, y mucho menos una disminución de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera a pesar de todos los compromisos asumidos en virtud del Acuerdo de París sobre cambio climático», afirma el secretario general de la OMM, Petteri Taalas, que añade que «hay que aumentar el nivel de ambición».
Opinión que comparte António Guterres, secretario general de la ONU: «El nivel de gases de efecto invernadero en la atmósfera ha alcanzado otro récord. Otro registro que muestra que no estamos haciendo lo suficiente para abordar la emergencia climática. La acción climática no puede esperar», recordó vía Twitter.
Y es que la OMM hace hincapié en que no se prevé que las emisiones mundiales alcancen su punto máximo de aquí a 2030, ni mucho menos en 2020, si se mantienen las políticas climáticas y los niveles de ambición actuales de los planes nacionales. Es decir, que no se divisa aún una fecha en la que se pueda afirmar que las emisiones se vayan a estabilizar y menos a reducir.
Algo esencial, ya que el tiempo juega en nuestra contra: desde 1990 ha habido un incremento del 43% del forzamiento radiativo total (también llamado forzamiento climático y que tiene efecto en el calentamiento del clima). El CO2 contribuyó en casi un 80% a ese incremento. «La última vez que se dio una concentración de CO2 comparable fue hace entre 3 y 5 millones de años, cuando la temperatura era de 2 a 3 grados más cálida y el nivel del mar estaba entre 10 y 20 metros superior al actual», recuerda Taalas.
A largo plazo, esta tendencia, de no ponerle freno, significa que las generaciones futuras tendrán que hacer frente a unos efectos cada vez más graves del cambio climático, como el aumento de las temperaturas, unos fenómenos meteorológicos extremos, un mayor estrés hídricos, la subida del nivel del mar, y la alteración de los ecosistemas marinos y terrestres, entre otros.
Consecuencias de la inacción
Estamos ante uno de los problemas más graves a los que se enfrenta la sociedad. El tiempo juega en nuestra contra. De ahí que resulte esencial que en la vigésimo quinta Conferencia de las Partes en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25), que se celebrará en Madrid del 2 al 13 de diciembre, se decidan y se den los pasos claves para que en 2020 los países presenten planes climáticos nuevos y más estrictos que los presentados tras el Acuerdo de París.
Y urge: los incendios consumen bosques desde el Amazonas hasta Indonesia, desde el Congo hasta Australia; las inundaciones golpean con fuerza a España, y más recientemente a Reino Unido y Venecia; las olas de calor, los huracanes de gran intensidad y las tormentas torrenciales son ahora fenómenos comunes.
También tiene consecuencias muy graves en la alimentación. Según la ONU, por cada grado que aumenta la temperatura, la producción de cereales se reduce un 5% aproximadamente. Ya se ha producido una disminución significativa en la producción de maíz, trigo y otros cultivos importantes de 40 megatones anuales a nivel mundial entre 1981 y 2002 debido a un clima más cálido.
Y eso hoy, cuando la temperatura mundial aún no ha superado la barrera del 1,5 o 2º por encima de los niveles preindustriales. De no tomar las medidas que exige la emergencia climática en la que estamos inmersos según más de 11.000 científicos, los desastres meteorológicos serán peores. En 2100 el nivel del mar habrá subido unos 84 cm. Pero si se reducen las emisiones, este aumento podría limitarse en unos 43 cm, que no es poco, según el último informe del Panel de expertos del IPCC.
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