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Medio Ambiente

COP-27

Ramón Tamames
Ramón Tamames Cristina BejaranoLa Razón

Hace pocos días terminó la COP-26, la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima, que se celebra anualmente, esta vez en Escocia, en Glasgow.

Faltó el Papa, a quien no insistieron para que fuera, y que podría haber sido un buen impulsor del proceso en marcha, con el heraldo de su primera Encíclica, «Alabado Seas». Que algunos, como yo, consideramos la «Summa Ecológica del Vaticano».

Faltó también Xi J in ping, el máximo contaminador, que todavía se resiste a manifestar la verdad desnuda de su situación intolerable: seguir construyendo centrales termoeléctricas de carbón, y prorrogando hasta 2060 sus promesas de una descarbonización total.

Y aunque estuvo en el lugar de autos, tampoco Biden, presidente de E E U U, dijo nada esperanzador: aún tiene que definir sus compromisos, lo primero con un arreglo con China. Y tras haber reincorporado a EE.UU. al Acuerdo de París, del que alevosamente le retiró Trump en sus tiempos de atávicas contundencias.

Se ha avanzado poco, por decir algo. Hay un ajuste pendiente de negociaciones finales y firma, de una reducción del 30 por 100 del metano antropogénico para 2030, pero eso puede ser parte del bla, bla,b la, que manifestó Gr etaThunb erg, que en esta ocasión ha brilla do menos en su valor como símbolo de los más ecológicamente comprometidos. Como también sigue varado el Fondo de las Naciones Unidas de 100.000 millones de euros anuales para ayudar a los países menos desarrollados en sus cuestiones climáticas, que son muchas y complejas.

Ahora nos toca pensar en la COP-27,qu ese celebrar á en Egipto:no está mal haber elegido el país de los faraones, a pesar de una demografía galopante, y un sistema político de dictadura en la figura de su presidente Abdel Fattah al-Sisi. Ojalá que la esfinge de la gran plataforma de Keops, Kefrén y Mikerinus, y sobre todo de la Esfinge, inspiren a los descendientes de Ramsés, Ptolomeo y Nasser.