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Planeta Tierra

Sabias palabras de Darwin

Ramón Tamames Cristina BejaranoLa Razón

Muchos lectores de «Planeta Tierra», mi columna en el diario La Razón de los viernes verdes, habrán observado por sus lecturas, que está en curso toda una amplia renovación de la historiografía española referente a los siglos XV al XIX. En lo que concierne a nuestra expansión expansión en el hemisferio mundial que les correspondió a los Reyes Católicos en el del Tratado de Tordesillas de 1494: el completo continente americano –menos un pequeño pedazo del actual Brasil– y el Pacífico entero, el mayor océano; hasta entonces desconocido para los europeos.

En esa renovación historiográfica hay que mencionar, por lo menos a Elvira Roca Barea, con su doble aportación de «Imperiofobia y leyenda negra» (Siruela), y «Fracasología» (Espasa); Marcelo Gullo, con su «Madre patria» (Espasa); Pablo Victoria, con su «El día que España derrotó a Inglaterra» (EDAF); Borja Cardelús con sus investigaciones cartográficas de gran nivel; y Luis Zaballa con su voluminoso «Humanitatis» (Ministerio de Asuntos Exteriores). Un elenco en el que me atrevo a autoincluirme, como autor de «La mitad de mundo que fue de España. Una historia verdadera casi increíble» (Planeta).

En todos esos libros y algunos más, se explica lo que fue la presencia española en el medio mundo asignado a España en el Tratado de 1494. Con un especial énfasis a la hora de replicar a los mentores de la Leyenda Negra, mencionando los aportes de los defensores que tuvo y tiene la acción universal española, para su mejor estima, como fueron los casos de Charles Lummis y Philip W. Powell.

Pero confieso que nunca leí nada parecido en esa defensa del hacer de los españoles como la cita bibliográfica que me ha proporcionado Fernando Finat, Marqués de las Almenas. Son con tres párrafos procedentes de Erasmus Darwin (1731/1802), insigne médico y filósofo inglés, abuelo del gran evolucionista Charles Darwin. Un texto, espléndido que se transcribe aquí como parte principal de este artículo:

«En mis viajes por el inabarcable imperio español, he quedado admirado de como los españoles tratan a los indios: como a semejantes, incluso formando familias mestizas y creando para ellas hospitales y universidades. He conocido alcaldes y obispos indígenas, y hasta militares, lo que redunda en la paz social, bienestar y felicidad general, que ya quisiéramos nosotros [los británicos] en los territorios que con tanto esfuerzo les vamos arrebatando.

Parece que las nieblas londinenses nos nublan el corazón y el entendimiento, mientras que la calidad de la soleada España le hace ver y oír mejor a Dios. Sus señorías en Inglaterra deberían considerar la [falsamente imputada] política de despoblación y exterminio de España. Ya que a todas luces la fe y la inteligencia española están construyendo, no como nosotros un imperio de muerte, sino una sociedad civilizada que finalmente terminará por imponerse como por mandato divino.

España es la sabia Grecia, la imperial Roma; Inglaterra el corsario turco».

Por mis palabras, y por la larga cita darwinista, verdadera joya historiográfica, firmo como siempre esta columna.

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