Opinión

De traca

Todo es impostado. Las cadenas de televisión montan programas especiales, los corresponsales acuden en tropel, se disparan las especulaciones y hasta hacemos que contenemos el aliento, pendientes de lo que haga hoy Puigdemont. Es de traca, porque el prófugo no puede hacer absolutamente nada diferente del ridículo que lleva haciendo una larga temporada. Pesa sobre él una orden de detención y si este martes, en un arrebato más que improbable, decidiera volver a territorio español, sería arrestado de inmediato.

Una vez esposado, sería conducido por la Guardia Civil al Tribunal Supremo, para comparecer ante el juez Llarena. El fiscal pedirá la prisión provisional, medida que suscribirá el magistrado instructor a la vista del riesgo de fuga. Y esta misma noche, aunque no haya traído de Bruselas pijama o cepillo de dientes, se iría a dormir a la cárcel de Estremera, donde tiene mucho que hablar con su antiguo amigo Junqueras. No hay otra y todo lo demás es filfa. Claro que viene bien a las televisiones montar películas para subir audiencia, pero coincidirán conmigo en que los rocambolescos escenarios que se barajan, son una memez. Puigdemont no retornará hoy en parapente. Ni se colará en el Parlament catalán con una peluca rubia, minifalda y tetas postizas. Tampoco disfrazado de limpiadora o con la cabeza afeitada y lentillas azules. Se quedará en Bélgica y sus compinches intentarán orquestar aquí, durante el pleno de investidura, el número del «president telemátic», negándose a acatar también la ultima decisión del Tribunal Constitucional. Y eso ya no es coña, sino algo muy serio porque pone en evidencia que a nuestro sistema democrático le falta músculo y sobre todo convicción. Hace tres meses, Puigdemont y sus compinches pusieron a España al borde del abismo. Por grotescos que resulten ahora los personajes y desquiciadas sus demandas, la realidad es que en octubre de 2017 estuvieron a punto de causar un daño irreparable a todos los españoles. Se les aplicó in extremis el artículo 155, entró en acción la Justicia, algunos se fueron a prisión y esa panda que ignoraba que España es algo más que un Gobierno en Madrid y que, además de Rey, Leyes, Congreso, jueces y partidos políticos, hay 40 millones de ciudadanos orgullosos de serlo, quedó neutralizada. Desgraciadamente y como consecuencia de que todo va muy lento y todavía no se les ha aplicado la ley a todos los delincuentes que prevaricaron, malversaron y traicionaron, sólo están neutralizados en parte, porque caso contrario no se atreverían hoy a volver a las andadas.