Opinión

Suiza

Suiza es la fórmula cariñosa y familiar de llamar a la Confederación Helvética. Una nación bellísima, admirable, limpia y de escaso recorrido. Los millonarios de todo el mundo guardan ahí sus reservas y les va muy bien. Me enorgullece como español que nuestra izquierda más radical e independentista se refugie en Suiza para meditar sus decisiones. Que Anna Gabriel se halle en Suiza, tenga un abogado en Suiza, y en Suiza decida si se presenta o no ante el juez del Tribunal Supremo, dice mucho del nivel de vida y las posibilidades económicas de la izquierda española. Porque a Suiza se va a contar dinero, a pagar con dinero o a sacar dinero, que no a otros menesteres. Nación extraña, siempre libre de guerras, Banca discreta y con grandes recursos. Lo prueba que sin haber plantado en toda su historia ni un solo árbol de cacao, produzca el mejor chocolate del mundo. Holanda, Bélgica, Francia, el Reino Unido e incluso España, elaboran muy buen chocolate, pero la tradición les viene de las colonias. Suiza no ha tenido jamás territorios coloniales, y su chocolate es extraordinario. Cuidado con el chocolate suizo, Anna Gabriel. Tuve una novia que marchóse un año a estudiar a un colegio en Suiza, en concreto el Rosslyn House, cercano a Ginebra. La despedí en Barajas en Septiembre, y rodeé con mis brazos su cintura de avispa. En junio acudí a recibirla, y me topé con una bola. Era una bola. Le devolví el rosario de su madre y me quedé con todo lo demás.

A Suiza no se va a experimentar aventuras amorosas. Según el malvado Dalton Trumbo, «la única cosa interesante que puede pasar en un dormitorio suizo es que te sofoque el colchón de plumas». Una exageración, porque hay millones de suizos y eso no es casualidad. Georges Mikes, que pasaba medidas temporadas en Suiza, opinó que los suizos se traen entre manos construir un amable país alrededor de sus hoteles. Son muy buenos los hoteles de Suiza, y le recomiendo a Anna Gabriel el «Baur au Lac» de Zurich, y el «Beau Rivage» o el «Royal Savoy» en Lausana, los dos en la parte baja, porque para ascender por las calles de la mítica ciudad de los monárquicos españoles hay que estar en muy buena forma. Y Anna Gabriel, en mi opinión, está gorda, fofa y de regular ver. Pero todo es muy caro. Los hoteles son caros, los restaurantes son caros y las cajas de bombones carísimas. En un viaje a Lausana acompañando a Don Juan De Borbón, cuyo fin era repatriar los restos de la Reina Victoria Eugenia, el Príncipe de Asturias y el Infante Don Jaime, coincidí con Guillermo Luca de Tena y Luis Maria Anson. En el aeropuerto de Ginebra, Luis María adquirió para sus hijas dos preciosas cajas de chocolatinas y bombones, y perdió la color cuando le pasaron la factura. -He decidido llevarme una solamente-, y durante el vuelo no dejó de vigilar su tesoro chocolatero. No obstante, el problema de Anna Gabriel no es el dinero, de lo cual me congratulo, sino los granos que emergen y surjen de la piel motivados por el exceso de chocolate. Y eso no. Ava Gardner, que gustaba simultáneamente del whisky y el chocolate, se podía permitir el lujo de la efervescencia granulada. Pero Anna Gabriel, sinceramente, no. De decidir finalmente acudir al Tribunal Supremo, y sentarse ante el juez Llarena, tal como es y encima con granos, nos jugamos la salud de Su Señoría o un inicio de incidencia vascular, siempre inoportuna.

Se le atribuye a Orson Welles, pero es de Foxá: «En Italia, durante los treinta años que reinaron los Borgia, hubo guerras, terror y baños de sangre, pero también Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En cambio en Suiza, hay amor fraternal desde hace quinientos años de democracia, neutralidad y paz. Y ¿qué han inventado? El reloj de cuco».

Se ignoran los planes de permanencia de nuestra estalinista separatista en Suiza. En caso de permanecer allí, Suiza dejará de ser placentera. Hasta las vacas de «Milka» podrían quedarse sin leche. Pero de cualquier manera, para España, mejor allí que aquí de vuelta.