Opinión

Torturador torturado

Gustavo Pérez Puig, Mingote y Gila proyectaban un espectáculo teatral. Se reunían habitualmente en el mismo local para avanzar en su montaje. Una tarde, cinco minutos después de iniciar la reunión, un coche oficial del PMM se detuvo en la puerta de la cafetería. Gila, alarmado, dedujo que la Policía franquista se disponía a detenerlo. Eran funcionarios de la Casa Civil del Jefe del Estado, y se dirigieron, efectivamente, a un Gila demudado y temeroso. Por sus problemas matrimoniales, Gila no aparecía por su domicilio, y los funcionarios tenían órdenes de buscarlo para entregarle una carta. Lo hicieron, y amablemente se despidieron. En la carta, El Jefe de la Casa Civil del Jefe del Estado le comunicaba el deseo de Franco de que amenizara la cena conmemorativa del 18 de Julio en el Palacio de la Granja con una de sus memorables actuaciones. Y Gila, el perseguido por el franquismo, aceptó la oferta, cobró y entusiasmó a todos los invitados a la recepción oficial. Al despedirse Franco le agradeció su talento: «Tiene uzted muy buen humor y le hace mucha gracia a mi mujer».

Gila se había inventado que sobrevivió a un pelotón de fusilamiento de los nacionales. Todos sus amigos sabían que era mentira, pero los de siempre aceptaron y adornaron la leyenda. Y un día decidió, dignamente, autoexiliarse. No quería vivir más en una dictadura, que era ya una dictablandísima. Y abandonó España. No por la dictadura, sino para evitar el pago de una cantidad considerable de dinero que debía a su primera mujer. Para su exilio, eligió la Argentina de la Dictadura Militar de Videla, Massera, Galtieri y compañía. Es decir, que lo de la dictadura era una excusa. Y triunfó en aquella Argentina porque le sobraba talento para ello. De vuelta a España también narró la persecución inexistente que padeció en Buenos Aires. La bola del engaño se agigantó y terminó por convertirse en un torturador que se torturaba a sí mismo.

El argentino Echenique de Podemos no le llega a la uña del pie izquierdo a Gila. Carece de gracia y de talento. Pero también se autotortura. Se fue de Argentina, una República, cuando gobernaban los suyos, peronistas y montoneros. Y se hospedó en España, una Monarquía Parlamentaria. No se entiende ese rasgo de masoquismo institucional. Siendo republicano abandonó su República, y siendo ferozmente antimonárquico se instaló en una nación cuya Historia no se puede entender sin la Monarquía. Tanteó partidos y hospitalidades, y terminó en Podemos, donde su odio impera. Los peor pensados dicen que Echenique, que por desgracia sufre una enfermedad de nacimiento que limita severamente sus movimientos y su capacidad para expresarse, no fue bien tratado por la Sanidad pública argentina, que estaba en quiebra cuando solicitó un artilugio mecánico que le facilitara la movilidad. La Sanidad republicana de Argentina no le atendió debidamente. Y en España, la Seguridad Social a la que Echenique defraudó posteriormente, le dotó de una silla espectacular y carísima a pesar de no haber abonado previamente las cuotas correspondientes. La Seguridad Social fundada e instituída por Franco y mejorada por los Gobiernos democráticos de la Monarquía de Don Juan Carlos I. Y en lugar de agradecer el inmenso favor recibido de una Monarquía Parlamentaria, se dedica a insultar, despreciar, y calumniar al Rey. Creo que se trata de una insatisfacción torturadora, de la obstinada negación de lo evidente. La Fernández Kirchner no le dio la silla porque el dinero se lo había embolsado ella, y el Gobierno del Rey de España le regaló un aparato portentoso y caro al que no tenía derecho adquirido.

Las torturadas mentiras de Gila fueron consecuencia de su imaginación y pícardía. Lo de Echenique es fruto de la ingratitud que el odio procura y enferma. En España al Rey se le puede insultar. A Otegui, no, pero al Rey sí. Pero no debería hacerlo quien ha recibido todo sin merecer nada del Reino que le ha acogido.