Opinión

...Y al toro

Me han confirmado que sigue fugado el cursi que propuso denominar al Rey Don Juan Carlos I «Rey Emérito». A la Reina Doña Sofía se le dice «Reina Madre» o Reina Sofía, pero jamás «Reina Emérita». Aquí se establece una clara discriminación de sexo a favor de la mujer. A mí, personalmente, lo del Rey Emérito me golpea en los nisperales. Algún día conoceremos la identidad del Cursi Emérito promotor de la majadería.

Por fortuna, la mayoría de los hispanohablantes se refieren al Rey padre especificando su nombre. Y es la referencia correcta. Así que el Rey Juan Carlos se presentó con su hija mayor, la Infanta Elena en la plaza de toros de Las Ventas del Espíritu Santo para presidir la presentación de los carteles de la Feria de San Isidro. De San Isidro Labrador, no San Isidro Emérito.

El apoyo de Don Juan Carlos a la Fiesta –con mayúscula–, resulta impagable en tiempos de persecución e injusticia. Como el de la Infanta Elena. Se habla de la Infanta Isabel, la Chata y el romance de Rafael Duyos. Bien traído. Pero en la época de la Chata la afición a los toros no estaba considerada un delito. La madre de Don Juan Carlos, Doña María, fue también una gran taurina, y presidió centenares de corridas. Currista y bética. Lo comentaba don Francisco Romero –Curro–, durante una comida en Oriza acompañado de Antonio Burgos, Pío Halcón y el que está escribiendo. «Es admirable. Nunca me ha visto en una buena tarde, y sigue siendo currista». Currista a secas, a golpe hondo, no currista emérita.

Don Juan Carlos presidió el acto, multitudinario. « Los toros no dejan a nadie indiferente. Gracias a todos los que hacéis posible el mantenimiento y el desarrollo de esta tradición tan española. ¡Suerte y al toro!». Y ahí estaban, además de aficionados, los toreros de oro y plata, los ganaderos que soportan con pérdidas y agobios el mantenimiento de sus ganaderías, los empresarios, los políticos comprometidos con la Fiesta – y creo de justicia destacar a Pío García Escudero, presidente del Senado, y Enrique Múgica, y Jóse Manuel Albendea–, y a cuantos de mayor a menor importancia y responsabilidad, contribuyen a fortalecer el muro, el freno, que impide a los antitaurinos terminar con nuestra Fiesta universal. Que no sólo pretenden eliminar de España el arte en movimiento, sino borrar su repercusión en el mundo. Eliminar la pintura, la poesía, la novela, el ensayo, la escultura, la música, la danza, y el arte que los toros han inspirado a nuestros genios y a los de fuera. Si se prohíben las corridas de toros, sean prohibidos Goya, Picasso, la Generación del Veintisiete, Jean Cocteau, Hemingway, Orson Welles, Benlliure, Rilke, y hasta el «Ché Guevara», que ése sí, además de aficionado fue un asesino. Pero la excepción confirma la regla.

El Rey se ha puesto el mundo por montera, y pasea con ella en la cabeza y el ánimo. Da la cara y no se esconde. En las corridas de Feria, ocupa su balconcillo y se acompaña de los suyos. Todos los toreros –con la excepción de José Tomás–, le brindan los toros, le quieren y respetan. No hay pues, excepción, porque José Tomás, grandísimo torero, un asombro en sus principios, lleva muchos años sin atreverse a torear en Madrid. «Malos consejeros/ sufren los toreros».

El Rey Juan Carlos es un taurófilo de verdad, no emérito. Y se ha propuesto ocupar con firmeza su sitio en la Fiesta. También lleva genes antitaurinos, genes derrotados. Su abuela Victoria Eugenia: «Alfonso, no me gustan los toros»; «Eres la Reina de España y tienes que acompañarme. Cuando algo te moleste, te tapas con el abanico».

La ilusión incumplida de Don Juan era ocupar una barrera con su hijo y su nieto, el Rey Felipe, entonces Príncipe de Asturias. Don Juan reinauguró el Palco Real de la Mestranza rondeña en una goyesca de Antonio Ordóñez. Palco que estuvo sin suelo durante su exilio. Son detalles. El Rey Juan Carlos está con los toros y lo demuestra.

Es un aficionado total, no emérito.