Opinión
Ni chivos ni brujas
Como debió de hacer tanto ruido, y sentirse tanta extrañeza ante las alusiones de Don Benito Pérez Galdós, en la Real Academia, de la Lengua, y lo he visto citado tantas veces, como un texto que muestra un hecho ejemplar y paradigmático de lo que debe ser la tolerancia entre españoles, y el propio don Benito Pérez Galdós debió de pensar en algún tipo de afortunada singularidad de su relación de amistad, con sus encuentros y conversaciones con Don José María Pereda de cuyas convicciones le separaba un mundo entero como para referirse en aquella ocasión como para sacarlas en público a colación con ocasión del discurso que digo. Y ciertamente parece que era algo extraño en aquella España
Pero seguramente lo que lo que extraño en sí mismo es que cualquier ser humano tuviera un problema para ser amigo de otro ser humano de ideas y sentimientos ajenos o contrarios a los suyos, y el ejercicio de psicología que nos ofrecía Don Benito en su intervención académica no tiene la mínima relación con la cuestión de la tolerancia y mucho menos con la de la libertad personal o pública, desde luego; y era simplemente un hecho anecdótico entre dos amigos de los que el uno era liberal y el otro carlista , presentando estas convicciones políticas como un abismo tremendo y sólo salvable por las raras virtudes ciudadanas de estos dos escritores o, más bien, de uno de ellos.
«Nuestras sabrosas conversaciones –decía Don Benito–terminaban a menudo con disputas, cuya viveza no traspasó jamás los límites de la cordialidad. No pocas veces, llevado yo de mi natural conciliador, cedía en mi opinión. Pereda no cedía nunca. Es irrebatible, homogéneo, y de una consistencia que excluye toda disgregación... Más fácilmente conquistaba él en mí zonas relativamente vastas, que yo en él pulgadas de terreno. Pero esas extensas zonas, justo es decirlo ingenuamente, las volvía él a perder en cuanto nos separábamos, y la pulgada de terreno, si por acaso lograba yo ganarla con gran esfuerzo, era recuperada por mi contrario, y, a la primera entrevista nos encontrábamos lo mismo; él con sus creencias, yo con mi opinión».
Y Galdós explica incluso: «Y empleo con toda intención estos dos términos, creencias y opiniones, para indicar con ellos que Pereda me llevaba la ventaja de no tener dudas, yo sí». Pero la verdad es que, pese a esta explicación, se sigue sin ver claro en absoluto qué creencias y opiniones podrían diferenciarse entre sí y tener alguna relación entitativa con la amistad y con la tolerancia. Porque ¿es que hay que tener hasta las mismas opiniones y ni siquiera las mismas certezas para ser amigos, o vivir amparados por la conllevanza o tolerancia?
Pero es necesario matizar, seguramente, que así como la opinión es asunto subjetivo que puede o no convertirse en hipótesis y luego comprobarse como verdad o no verdad, la tolerancia individual o de grupo es una actitud primaria y obligada de la civilidad, que significa simplemente que nosotros soportamos los esquinamientos inevitables del vivir con los demás, como éstos soportan los nuestros.
Cada quien y cada cual tiene su alma en su almario, su reducto inviolable, en el que «ni Canciller ni nadie» debe entrar, según la fórmula de Monsieur de Saint-Cyran; de manera que no tiene sentido alguno, ni como juego, ponerse a conquistar ni un pie de tierra en ese reducto del otro, ni tampoco a ceder el propio: «Ni Canciller, ni nadie».
La libertad supone todo esto, y nada tiene que ver con pesas y medidas como la actitud del chequista, que pregunta hasta dónde puede llegar en su acción contra la bruja ò enemigo del pueblo que se señale en cada caso, y en nombre de sus víctimas. La mera existencia de una sociedad libre se prueba entonces en que resulta imposible realizar en ella la gran manipulación que diseña la figura de la bruja o del «chivo emisario» como encarnación de todo mal, y que sería necesario apedrear.
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