Opinión

Irrelevancia

La opinión pública anda revuelta en las últimas semanas. Primero fueron las movilizaciones de Podemos y sindicatos sobre las pensiones. Luego vino la huelga y la manifestación feminista del 8 de marzo, apoyadas por un amplio espectro de la izquierda. El terrible asesinato de Gabriel Cruz ha echado leña al fuego, al devolver a la más rabiosa actualidad el asunto de la prisión permanente revisable. En los tres casos parece que llevan las de ganar los promotores de las movilizaciones y de la revisión. Han conseguido situar en la agenda las pensiones, que no lo estaban, y con respecto a las mujeres, han colocado en el centro del debate público ese machismo algo más que residual que prevalece en las costumbres españolas –y europeas–, en particular en las empresas y en la familia. También se ha conseguido algo más, que es aglutinar dos grupos dispuestos a la movilización. En apariencia, desbordan a las fuerzas políticas asentadas (partidos o sindicatos) y conformarían dos elementos para una nueva forma de acción política, más transversal y más centrada en demandas sociales. Puede que sea así en parte, pero también es cierto que se han notado demasiado los objetivos, de política clásica, que han estado detrás, y que tienen su origen en la debilidad de la posición del Gobierno del PP. Como estas movilizaciones ya llevamos vistas muchas, desde la del Prestige, cuando el «Nunca Mais» significaba «Nunca Mais PP», tras el 11-M, cuando se manipuló a fondo la angustia ante los atentados, y en el 15-M, cuando iba a florecer una política nueva. Por eso conviene mostrarse escéptico sobre las consecuencias de todos estos movimientos. Por poco acierto que tenga el Gobierno en encauzar lo que aquí se ha expresado, resultarán más peligrosas para sus promotores que para aquel. La apuesta es tan alta, efectivamente, que corre el riesgo de provocar hastío ante el desorden y, por si eso fuera poco, contribuir a encerrar a los socialistas en una posición de pura demagogia junto con Podemos, sus socios y rivales. Así quedaría apuntalada, con mucho ruido eso sí, esa irrelevancia de la izquierda tan propia de nuestro tiempo.