Opinión

Más malísimo que malo

He pasado una noche de perros, que es peor que una noche toledana. Gabriel. Pensaba en ese niño maravilloso asesinado. Y en el ejemplar comportamiento de sus padres. ¿Soy una buena persona?, me he preguntado. Y la respuesta ha sido la causa del insomnio. No. Soy muy malo. Le deseo lo peor a la asesina de Gabriel. Quiero para ella la más larga y desagradable estancia en la cárcel. No concibo la misericordia, y de momento, el perdón. Anhelo su sufrimiento y su soledad. Y eso no es de buena persona. Buenas personas son los que, como Escolar y compañía, están más pendientes de la asesina que del niño asesinado. Me dejo llevar por la emoción, la indignación y el pasmo ante la salvajada que ha protagonizado la pobre Ana Julia. Llegó a España y se instaló en Burgos. Una hija de cuatro años, sonámbula, se encaramó a una mesa y se lanzó al patio desde un sexto piso. Para ello, tuvo que abrir la ventana y la contraventana, que es costumbre muy ligada al sonambulismo infantil. La pobre Ana Julia no declaró, presa de un ataque de nervios. Y el caso se archivó. Como era mujer, y para colmo negra, en una sociedad tan machista como la española en general y la burgalesa en particular, no tuvo opción y se ganó la vida en un local de dudosa reputación. Y allí conoció a un cliente que se enamoró de ella. El cliente era el propietario de una carnicería. La pobre convenció al cliente, que era ya su pareja, de la conveniencia de poner a su nombre el negocio. Inspirándose en los pollos que colgaban de los ganchos de la carnicería, hizo lo mismo con su hombre. Lo desplumó. Se quedó con el negocio y el piso, y decidió cambiar de aires y buscar en la provincia de Almería un clima más cálido. Allí conoció a Ángel, que lo es no sólo de nombre. El problema es que Ángel había tenido con Patricia un niño maravilloso que se convirtió en un inconveniente insalvable para culminar sus planes. Y el desenlace lo conocemos todos. Asesinó al niño, fingió dolor y preocupación, y terminó por caer en la trampa que le puso la Guardia Civil. Ha reconocido la pobre que golpeó al niño con el mango de un hacha y posteriormente lo estranguló. Pero en defensa propia. Según ella que el niño le atacó e intentó defenderse. ¿Soy malo? Sí, lo soy, porque me duele más un niño asesinado que una mujer asesina que necesita matar a un pequeño de ocho años para satisfacer sus planes. Y más aún, a un niño que se ha instalado en el corazón, la pena y la rabia de millones de españoles a través de su mirada y su sonrisa. Millones de españoles que también comparten la maldad porque no tienen en su ánimo el perdón previsto ni la comprensión debida. Somos muchas, muchísimas, las malas personas que no podemos perdonar el crimen de Gabriel.

Si el PSOE, Podemos y el PNV consiguen derogar la Prisión Permanente Revisable, es muy probable que la asesina, a la que, según Escolar, hemos condenado las malas personas como el que firma por ser mujer, de izquierdas, inmigrante y de color, en menos de diez años estará en la calle, como «el Chicle», como Bretón, como ya lo está el asesino de Sandra Palo, porque en España las buenas personas son aquellas que se apresuran a justificar a los que matan y se olvidan de los que mueren. Que ya lo escribió Pablo Iglesias de Iñaki De Juana Chaos, autor de 25 asesinatos. Que no está del todo de acuerdo con su proceder, pero que no merece ser perseguido e insultado por la extrema derecha española.

Soy muy malo, malísimo, porque no sólo me declaro contrario a la derogación de esa ley, sino que sueño, para los asesinos de niños, con la cadena perpetua, de por vida. Y porque ahora mismo, mi perversidad me recomienda el deseo de lo peor para la pobre asesina. Porque soy muy malo, malísimo, pero no gilipollas.