Opinión

El amigo Matamala

Me atrevo, al fin, a reconocer públicamente que Puigdemont no me interesa nada. Carece de alicientes. Y no entiendo que sus estafados y engañados se empeñen en seguir exhibiendo un lacito amarillo, como Guardiola, lacito amarillo y ¡pum! primer gol del Liverpool, lacito amarillo y ¡pum! segundo gol del Liverpool, y lacito amarillo y ¡pum!, tercer gol del Liverpool. Pum, pum y pum. También se admite pumba, pumba y pumba, por aquello de la igualdad de género.

En todo este astracán de huidos separatistas, el único personaje interesante es el empresario Matamala. No está perseguido por la Justicia y ha decidido correr la misma suerte que su amigo el locatis. Ese tipo sí vale la pena y merece un lacito de recuerdo y homenaje. No sólo por abandonar Gerona y su empresa para acompañar al cagueta a todas partes. No sólo por su generosidad pagándole los hoteles, las comidas, la gasolina y los alquileres. No sólo por soportar con una sonrisa su conversación. Lo merece porque amigos como Matamala no abundan en nuestros tiempos de egoísmos y cobardías. Para mí, que Matamala quiere más a Puigdemont que su propia mujer. Matamala puede volver a España cuando quiera y como considere oportuno, en coche, en tren o en avión. Y ahí está, en Alemania, buscándole un piso ahora que le han concedido la libertad bajo fianza. Y para colmo, pagando el chalé de Waterloo, alquilado por un año. En ese aspecto hay que reconocer que Puigdemont había ganado. Las celdas de la cárcel alemana son más acogedoras que el salón del atroz chalé. Matamala entra y sale de la cárcel con una naturalidad pasmosa. Le lleva las mudas; se hace cargo de la ropa sucia... Siempre con una bolsa de un lado al otro, de allí para aquí, y de acá hasta acullá. Qué chollo de amigo. Porque se trata de una profunda y desinteresada amistad. Es cierto que en el pasado Puigdemont benefició a su empresa, pero eso se olvida pronto. ¿Y el futuro? En el futuro poca cosa puede hacer Puigdemont para agradecerle a Matamala su disponibilidad y compañía. Alquilará un piso en Madrid para atender a Puigdemont si su porvenir se dibuja en Soto del Real o Estremeras por pocos años que sean, o arrendará un chalé en el Buzo de Vistahermosa si termina alojado en el Penal del Puerto de Santa María. Y todos los meses, pagando los alquileres, la limpieza, el jardinero... y a cambio de nada. Me ofrezco a Matamala. Quiero ser su amigo. Le aseguro a Matamala que en la charla, en distancia corta, soy mucho más divertido que Puigdemont. Quiero y necesito un amigo como él. -Matamala, encarga una butifarra de huevo-; - Matamala, compra en la farmacia algo contra el colesterol, que la salchicha de la cena tiene demasiada grasa y me ha crecido el michelín-; -Matamala, consígueme unos calzoncillos largos, que aquí no me puedo poner el tanga porque hay gente de poco fiar-. Y Matamala que paga la butifarra de huevo, el fármaco del colesterol, los calzoncillos largos, y todo ello, con una sonrisa permanente en los labios. Dicen que los catalanes son de la cofradía del puño. Matamala ha terminado con el tópico.

En York se alza un monumento a la amistad. Recuerda al librero Julius Higgins, que abandonó su librería para estar junto a su amigo y compañero del colegio, el capitán Thomas Frost, destinado a Papua. Fue apresado por los aborígenes caníbales el capitán, y Julius les convenció que sus solomillos eran más sabrosos que los de Frost, así como los muslos, que para los aborígenes de Papua eran como el jamón de bellota. Frost fue liberado y Higgins condimentado con canela de selva y almorzado por toda la tribu. Tuvo mérito lo del librero, pero no supera a Matamala. Es más, intuyo que cuando sea extraditado Puigdemont, Matamala intentará convencer al juez Llarena que el responsable del golpe de Estado es él.

No sé lo que me ocurre, pero me emociona hasta tan alta cima la lealtad sin fisuras de Matamala, que considero conveniente dar por terminado mi texto, pues de seguir, es casi seguro que me sobrevenga un patatús. Lazos para Matamala, el auténtico, el genuino, el amigo de verdad. El resto, no los merecen.