Opinión

Nueva censura

«Está en peligro la prensa libre, única garantía de libertad». Lo ha afirmado Arturo Pérez-Reverte en la presentación de su último libro. «Estamos cortando la lengua a gente necesaria a la hora de hablar. A Javier Marías y a mí, por ejemplo, ya nos da igual, pero hay periodistas y escritores jóvenes que no se atreven a escribir porque cada vez están más preocupados por lo que puedan decir de ellos». Le sobra razón. La libertad de opinión y de expresión se esfumó cuando surgió el Tribunal del Anonimato de las redes sociales. Homófobo, machista, fascista, franquista, son valoraciones frecuentes. Yo he sido acusado de homófobo porque no me sale escribir la voz «gay». Lo dejó diáfano el gran Luis Escobar. «Nada de gay, que eso es una ordinariez. Yo soy marica de los de toda la vida». «Estoy negro», «estás ciego», «no hay moros en la costa» se han convertido en dichos delictivos. A servidor también le importa un bledo la crítica buenista de las izquierdas lerdas y las derechas sometidas y acomplejadas. Maricón es voz clásica, puta también, lo es tortillera y sin duda alguna, moro. En los cenáculos bohemios del franquismo, se escribía y se opinaba con más libertad que la ausente en la actualidad. Foxá a Celia Gámez, en el segundo terceto de su soneto. «Y estrenas obras con cretinos coros/ escritos para ti, por los maricas/ que sueñan con los culos de los moros». Los moros de la Guardia de Franco. Tiempos de las inauguraciones de los pantanos franquistas, que todavía nos dan de beber. «Espantaleón/ meando no es manco./ Tiene una minina/ con una turbina/ que de conocerla/ la inaugura Franco». Tip, denunciado por el buenismo: «Corriendo van por la vega/ a la vera de Granada/ mil doscientos chipirones/ una puta y una gamba/ escapando de una boda/ de gente de clase baja». A Néstor Alonso, anticuario y poeta: «Lo primero el corazón,/ y lo segundo el trasero;/ como Alonso es maricón,/ lo segundo es lo primero». Y Cela: «Era de tan noble cuna,/ y de sangre tan preclara,/que jamás amó a ninguna/ que a su sangre se mezclara... ¡Maricón!». Hoy estarían prohibidos, perseguidos e insultados Foxá, Pérez Creus, Manolito el Pollero, Eduardo Manzanos, Jaime Campmany, Camilo José Cela... o el autor de aquella confesión en octosílabos publicado en pleno franquismo. «Mi hija, rubia como el oro/ se ha enamorado de un negro/ y lo cierto es que me alegro./ Mejor un negro que un moro». Cadena a perpetuidad revisable, pero en este caso, sin revisión.

Hoy existen y compiten entre sí diferentes censuras. El talento siempre ha triunfado sobre ellas, pero en la actualidad, el temor se ha impuesto al talento. Desde las venganzas del Poder establecido con los críticos, mediante inspecciones paralelas de Hacienda, hasta la descalificación total y perfectamente orquestada en las redes sociales hacia quienes escriben su verdad, que no tiene porqué ser la verdad para todos, la joven literatura y el futuro periodismo estará vigilado por la censura de los eunucos. Escribir que el Rey es un hijo de puta carece de importancia. La izquierda lerda también se impone en los Juzgados. Escribir que Roures es detestable, sobrelleva la admisión de la querella de manera inmediata. Pero sobre todo, se ha perdido la frescura, la libertad, y la contundencia. En la actualidad, todo pasa por el tamiz del miedo. Censura feminista, censura animalista, censura comunista, censura LGTB, censura nacionalista, censura racista y censura cibernética. Las sentencias son firmes y sin posibilidad de recurso. La dictadura del buenismo no perdona, y escribir en España ha vuelto a convertirse en una profesión de alto riesgo.

El Islam es amor, la homosexualidad es más natural que la heterosexualidad, los negros son todos subsaharianos – hasta los naturales de Estocolmo-, cazar es de asesinos, la democracia no exige el cumplimiento de las leyes, y el terrorismo es una especialidad más del quehacer político.

El pavor ha vencido a la libertad.