Opinión

El gran «fake» alemán

Europa busca dónde se fabrican las mentiras, convoca comisiones de estudio, señala a Rusia, se lava las manos ante las grandes tecnológicas con un quiero y no puedo no vaya a ser que Facebook publique aquel desnudo que nunca debió fotografiarse, en fin, dedica millones de euros a intentar que las «fake news» no le reviente la primacía de la propaganda. Y mientras tanto se traga todas las mentiras del independentismo como si, estas sí, fueran la verdad revelada. Cuando ya entrado el siglo XXI se confunde con tanta frivolidad la realidad con la fábula, con la cantidad de medios que existen para beber de la fuente original, es que Europa, Alemania o el país que toque, está dispuesta a dejarse engañar porque cree más en la mentira de los otros ( en la vida de los otros, como el título de aquella película que retrataba lo que hacían los servicios secretos de la RDA) que en la verdad propia. Ya no son necesarios extraños e incomprensibles robots que divulguen la falsedad del pacífico «procés». Los periódicos germanos más vendidos, cuyas redacciones deberían componerse de periodistas en busca del contraste, dan por bueno desde sus asientos donde reposan sus culos flojos, lo que el «superfake» soberanista les ha vendido, dicho sea de paso con la pasividad de nuestros servicios exteriores o al menos con más eficacia. Las guerras son hoy de propaganda. Trump no ha mostrado su artillería sino sus tuits. Pasado lo de España, para lo que no hay razones optimistas, llegará el turno de otro Estado. El norte y el sur de Italia. Los corsos. Y así hasta que la UE se autodestruya como los artilugios de las historias de James Bond. De hecho, ya está programada para su obsolescencia, como un producto más de Apple. Alemania ha caído en la red. Los millones de ciudadanos de allí no han visto durante sus vacaciones de vomitona ni una sola alarma de represión. Más bien al contrario. En nuestro suelo convierten en reales maneras por las que en sus «landers» estarían condenados a realizar trabajos para la comunidad. Sin embargo resucitan a Franco como si el espíritu de Ada Colau se reencarnara en la fiesta de la cerveza. La misma Alemania que cerró la cancela a los refugiados o que puso a prueba nuestros pulmones con automóviles trucados, nos quiere dar lecciones de avanzada democracia. En algún momento caerán en la cuenta de que han consultado el máster equivocado. Pero para entonces el monolito de Kubrick ya estará en otras tierras enseñando a otros monos la diferencia entre civilización y barbarie.