Opinión
La hipocresía del acuerdo de París
El 22 de abril de 2016, alrededor de un centenar de países manifestaron su intención de rubricar el Acuerdo de París por el que se comprometían a reducir progresivamente sus emisiones de CO2. Dentro de ese grupo de países se hallaban los Estados Unidos de Obama, en aquel entonces plenamente integrados en los foros de la gobernanza global. Poco más de un año después, el 1 de julio de 2017, los nuevos Estados Unidos de Trump anunciaron que se retiraban del Acuerdo de París debido a que, a su juicio, perjudicaba especialmente a la economía nacional. En aquel momento arreciaron las críticas contra el magnate republicano, no sólo desde los medios de comunicación, sino también desde las cancillerías europeas: resultaba inaceptable que el líder de la primera potencia mundial abandonara una institución dirigida a poner coto al agravamiento del cambio climático. Así las cosas, frente a la irresponsabilidad de EE UU, la Unión Europea sacó pecho como el heraldo de un nuevo marco de relaciones internacionales y de preocupación global con el clima. Sin embargo, y a la luz de lo acaecido en 2017, todo fue un fantástico ejercicio de hipocresía. Y es que la Agencia Internacional de la Energía acaba de publicar su informe sobre las emisiones mundiales de CO2 durante el ejercicio precedente, y los resultados resultarán especialmente inquietantes para todos aquellos que consideren al cambio climático antropogénico como una de las principales amenazas del presente siglo: a la postre, las emisiones globales de CO2 alcanzaron en 2017 un nuevo máximo histórico de 32,5 gigatoneladas, lo que supone un incremento del 1,4% frente al año anterior. Probablemente sean muchos quienes crean que semejante indisciplina ecológica resulta del todo imputable a los Estados Unidos trumpistas: al salirse del Acuerdo de París y dinamitar todos los controles institucionales al uso intensivo del CO2, por necesidad habrán multiplicado sus emisiones de este gas. Pero no: el 40% del incremento de las emisiones es imputable a dos países, específicamente China e India. ¿Y qué ha sucedido con los antiecológicos Estados Unidos? Pues que la primera economía mundial logró reducir sus emisiones en casi un 0,5%. ¿Y la muy proecológica y ejemplarizante Unión Europea? Las incrementó en casi un 2%. Dicho en otras palabras: los mayores impulsores del Acuerdo de París emitieron más CO2 y el hereje que lo abandonó emitió menos. Los habrá que tal vez crean que la restricción de las emisiones estadounidenses se trata de flor de un día, de una mera casualidad que no debería llevarnos a establecer tendencia alguna. Pero tampoco: pese a no haber suscrito ni el Protocolo de Kyoto ni el Acuerdo de París, Estados Unidos ha reducido sus emisiones globales de CO2 casi un 15% desde que estallara la crisis económica; cifras bastante cercanas a lo conseguido por la Unión Europea. En definitiva, quienes llevan años multiplicando sus emisiones de CO2 no son los Estados Unidos, sino países emergentes que, como China e India, aspiran a desarrollarse como lo hizo Occidente décadas atrás, por mucho que ello suponga volcar mucho más dióxido de carbono a la atmósfera.
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