Opinión

La espiritualidad de lo terrenal

Desde que Albert Einstein publicó su Teoría especial de la relatividad, muchas cosas han cambiado en las ciencias; al igual que ocurre con la perspectiva en la pintura, según el autor, bajo determinadas condiciones la longitud puede contraerse y los medidores de tiempo disminuir su movimiento; algo muy parecido a lo que parece suceder con los valores morales y los principios inmanentes.

Superado Newton, y entendido el tiempo y la longitud como valores no absolutos, ¿que nos queda? El propio Einstein, alarmado por las consecuencias devastadoras de la aplicación de su teoría en la moral, donde todo se empieza a relativizar, siempre creyó en la existencia de Dios, y, además, defendía la existencia de normas absolutas del bien y del mal; ¿qué contradicción? Solo aparente, ¿cómo puede ser que el hombre que superó los ángulos rectos y las líneas rectas, defendiera la existencia de reglas naturales absolutas e inmutables? Sencillamente porque Einstein buscaba como todo hombre la verdad.

El relativismo moral no es más que la admisión del fracaso en el intento de rellenar el vacío que queda cuando se cuestionan normas y principios inmanentes a la existencia del ser humano, mas este relativismo lo invade todo hoy en día. En absoluto propugno cuestionar la aconfesionalidad del Estado, como dijo Jesús, cuando algunos discípulos le preguntaron si consideraba justo pagar tributo al gobierno, «Pagad pues a César lo que es de César, y a Dios, lo que es de Dios» (Mateo 22:21), separarando los temas terrenales de los espirituales, pero Cesar no podía ser un dios.

Los griegos consideran a sus dioses inmortales, los cristianos consideramos a nuestro Dios eterno, notable diferencia; desde que Descartes dijo lo de «pienso luego existo» el hombre ganó su conciencia de individualidad y libertad, pudiendo establecer certezas, pero esto no nos hace trascendentes. El preámbulo de la Constitución sudafricana de 1996 tras decir cosas tan bonitas como uno de sus fines es «sanar las divisiones del pasado y establecer una sociedad basada en valores democráticos», termina deseando: «Que Dios proteja a nuestro Pueblo», algo no es posible en la nuestra, mas eso no proscribe comulgar de tal anhelo. Como decía Einstein, «la intolerancia de los ateos fanáticos es análoga a la de los fanáticos religiosos y tiene el mismo origen».