Opinión

Las obligaciones nos unen más

Hace poco tuve la oportunidad de releer de forma conjunta parte de dos textos que poco o nada en principio tienen que ver entre sí, el Preámbulo de nuestra Constitución y un fragmento de la obra de Ítalo Calvino, «El Barón Rampante». Esta obra es un cuento mágico y apasionante que supone un canto a la libertad individual, a la fuerza de la determinación y a las convicciones que a veces se siguen más por rutina que por otra cosa, pero que son las que nos permiten seguir adelante.

El preámbulo de nuestra Constitución es el gráfico anhelo de un pueblo por conseguir justicia y libertad, y cuyo fin, no solo es establecer un nuevo sistema político, sino «establecer una sociedad democrática avanzada».

El ansia de libertad es tanto individual como colectiva, pero en esta ambición, al revés que Cósimo, hay que bajar de los árboles de su mundo imaginario y vivir en el mundo real, un mundo que garantiza la libertad mediante el ejercicio de los derechos individuales, pero que también impone obligaciones.

Lo que nos hace más solidarios y forja una mayor unidad no es el ejercicio de los derechos, sino el cumplimento de todas nuestras obligaciones, y esto es lo que de verdad construye una sociedad democrática de forma avanzada y madura.

En la obra de Calvino podemos encontrar una frase que dice lo siguiente: «Las asociaciones hacen al hombre más fuerte y ponen de relieve los mejores datos de las personas (...) mientras que viviendo solo y por tu cuenta ocurre lo contrario, que se ve la otra cara de la gente, esa por la que es preciso tener siempre una mano en la guarda de la espada», y esto es lo que ansían algunos para Cataluña.

Cuando en una sociedad somos menos los que cumplimos nuestras obligaciones, y muchos los que solo viven en la exaltación de sus derechos y factores diferenciales, en una hipérbole democrática, tenemos un grave problema.

Cósimo disfrutaba tanto de su libertad como sufría por su soledad; mas las malas imitaciones de Cósimo disfrutan de su libertad y de sus derechos, pero a la vez de nuestro esfuerzo.

La libertad sin responsabilidad nos conduce a la reivindicación de lo excéntrico, y, sobre todo, «a mirar al otro con la mano en la guarda de la espada».