Opinión
Los suizos
Los suizos son alemanes, franceses o italianos. Una mezcla explosiva que ha dado un resultado más que aceptable. Su héroe es una leyenda, Guillermo Tell, personaje a todas luces discutible. Lo de la manzana en la cabeza de su hijo y el flechazo certero es cómico. Pero han conseguido alcanzar, a muy alto nivel, el orden, la paz, la prosperidad y la convivencia, además de la riqueza. Sus bancos son los mejores, sus quesos gozan de prestigio mundial, sus ciudades y pueblos ejemplares en mantenimiento y limpieza, y sus chocolates, de calidad suprema. No conocen la ironía. El calvinismo y el orden a lo más que pueden aspirar es a tener un Dürrenmat, que no es moco de pavo. Siempre neutrales, sus fronteras se han respetado por todos los ejércitos del mundo. El mayor conflicto internacional lo tuvo con Alemania en el decenio de los cincuenta del pasado siglo. En principio, y de acuerdo con el cuento, Heidi, su abuelo, Pedro, el perro y las cabras eran alemanas, de Baviera. Pero una revista literaria suiza reivindicó la nacionalidad helvética del grupo anteriormente referido. Y se armó la gorda, que en Suiza equivale a nada. Convencidos los ciudadanos suizos de que no tenían razón, se olvidaron de Heidi y se cobijaron todos en la leyenda de Guillermo Tell. Entretanto, se había convertido Suiza en el Estado más rico del mundo, sólo superado en la renta «per cápita» por Liechtenstein, que es un barrio próspero de Zurich con príncipe y todo. Cuando los helvéticos se apercibieron de que sólo con suizos, Suiza no merecía la pena, abrieron la mano y decenas de miles de inmigrantes ocuparon los puestos de trabajo menos reclamados por los naturales, especialmente en el ramo de la hostelería. Churchill dijo que Suiza era una nación compuesta por maravillosos hoteles de lujo con alguna ciudad entre ellos.
No obstante, Suiza no cobija a todos los que pretenden su amparo. Sus leyes son estrictas. Un suizo italiano puede ser flexible en su interpretación, pero siempre tiene a un suizo alemán que corrige su ligereza. Y ya han advertido que las españolas provisionalmente aceptadas en Suiza hasta que su plazo de permiso expire, Marta Rovira y Anna Gabriel, no reúnen las condiciones para disfrutar del asilo político. Que llegado el plazo, serán invitadas a abandonar voluntariamente o por la fuerza los territorios de la Confederación Helvética. No encuentran trabajo, y sin trabajo en Suiza sólo pueden vivir los suizos.
Me susurran mis amigos que trabajan en Suiza que Marta Rovira está desaparecida. Y uno de ellos, que se la encontró de golpe paseando por el lago Leman, en principio no la reconoció. Ha engordado con el chocolate, principia granulaciones en su cutis, y le ha aumentado el contorno de su pandero. Pero el problema serio lo tiene Anna Gabriel. Los suizos, desde su calvinismo y su orden, no entienden que una militante de la izquierda violenta española, del separatismo catalán, haya elegido el Estado del orden y del dinero para su voluntario destierro. No aceptan el riesgo de su aportación laboral. Saben que de cuando en cuando se organiza en Cataluña un concierto, y que el dinero que se recauda se lo envían a Suiza, y por ese lado los helvéticos no se consideran en peligro. Pero el día que los tontos se cansen de cantar y los más tontos se aburran de pagar, ¿qué hacen en Suiza con Anna Gabriel? Expulsarla. Para un buen calvinista, Anna Gabriel representa lo menos deseable para convivir. La otra, la Rovira, no preocupa. Desde que llegó a Suiza no ha abierto la boca, y ese detalle gusta a los calvinistas. Que engorde o no por la excesiva acumulación de chocolate en su organismo es de su responsabilidad, y ni Nestlé, ni Souchard tienen culpa al respecto.
Pocas semanas restan para que se cumpla el plazo. La «heroica» Cataluña separatista fugada en Suiza está a un paso de ser puesta de patitas en la calle. Cuando se produzca el hecho, hasta las vacas recuperarán el placer de los dulces aromas.
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