Opinión

Kiev

Es muy probable que a finales de este desconcertante mes de mayo me vea obligado a viajar a Kiev. Me han contado que el Real Madrid se ha clasificado para disputar, una vez más, la gran final de la Liga de Campeones, en Canarias Copa de Europa. Tiene 12 y desea mostrar en sus vitrinas 12+1, por respeto al apasionado madridista y héroe de nuestro deporte Ángel Nieto, de imborrable recuerdo. Para colmo de alegría, también me han contado que el Bayern de Munich jugó mejor en el Bernabéu que el Real Madrid, y eso produce una mayor satisfacción. En la culé Canaletas, ni una persona.

Me han contado asimismo, que la noche del 1 de mayo, las calles de Barcelona recordaban a una elegía melancólica. Miradas al suelo, llantos reprimidos, ataquitos de ira y zollipos diversos. El doblete olvidado. Me desconsuela la tristeza de tantos antimadridistas. Sucede con los premios literarios. La alegría por la envidia ajena es superior que por el triunfo propio. Pienso en «la culería» desanimada, en el «prusás» detenido, en el llanto de TV3 y en los sollozos de Soria, ese bobalicón que aquí escribe, y disfruto sobremanera. Pero no van a viajar a Kiev, entre otros motivos, porque no se les ha perdido nada en Kiev. Si el Real Madrid consigue su decimotercera Copa de Europa, gozo medido, acostumbrado. Si no lo hace, no hay tragedia de por medio. Con doce estamos bien. Y Kiev es una ciudad muy bonita y digna de ser visitada, a pesar de la pereza que me da viajar, ya en el otoño de mi vida. Como decía Antonio Mingote, lo mejor de un viaje es volver a Madrid.

Según tengo entendido, un alemán centró y el balón –la pilota en catalán–, se topó con la mano de Marcelo, defensa del Real Madrid. Y que Marcelo, si bien en el borde de un lateral del área se hallaba inmerso en ella. Y que el árbitro hizo caso omiso a las reclamaciones de los nibelungos y no señaló la máxima pena. Mejor. Nada más aburrido que no ofrecer a los del «prusás» motivos para su indignación. Se me antoja poca cosa. Siempre que me hablan de ese tipo de errores, mi memoria vuela a un señor que se apellida Aytekin, o algo parecido, que actuando de árbitro en el «Camp Nou» en un partido entre el club del «prusás» y el París Saint Germain, decidió que el club separatista remontara una eliminatoria que tenía perdida. Y lo consiguió. Y en Barcelona se habló de «epopeya», «heroicidad» y «fútbol genial». Aytekin era el árbitro, y se pasó por el refajo el Reglamento. No puedo opinar al respecto porque no vi el partido. Tenía un «cumple» de un compañero del Cole, que se ha quedado tontito y nos invitó a todos sus compañeros a una fiesta con chuches y piñata. A sus compañeros y profesores, aunque de los últimos no pudo asistir ninguna por causas naturales. Pero no me enfadé con Aytekin, porque si actuó de esa guisa, alguna razón tendría para hacerlo. Otra cosa es esa mano de Marcelo. Un robo, dicen en los medios de comunicación de Tractoria y parte de Tabarnia.

Kiev. Primavera avanzada. Ciudad reconstruida con su añejo encanto. Algo, y no recuerdo qué, tengo que hacer en Kiev el 26 de mayo. De golpe, se me borra la memoria y me veo obligado a recurrir a la agenda. Pero tampoco me ha aclarado mucho el apunte. Leo: 26 de mayo. Sábado. San Felipe Neri y San Agustín de Canterbury. Y de mi puño y letra. Kiev. Pero no consigno el motivo del viaje a Kiev. ¿Una boda? ¿Un concierto? ¿Una exposición de Matrioshkas? En fin, que reconozco mi desconcierto. Lo único que puedo adelantar es que el 26 de mayo conoceré Kiev, y el 27 retornaré a Madrid, y al que le pique que se rasque.

Me han contado –todo me lo cuentan–, que en Kiev, a finales de mayo, estallan hermosas flores blancas en los jardines públicos. Me gustan las flores, y puede ser ése el motivo de mi viaje. Entretanto, y a la espera de que llegue el día, intentaré averiguar qué níspero se me ha perdido en Kiev. Sí, sí, en Kiev.