Opinión
Silla vacía
Entre Soraya y María Dolores la silla vacía que correspondía al presidente en funciones de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, que entregaba los premios y distinciones. Muy ladeado el señor Arzobispo. Más centrados los generales. Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid junto a Pedro Sánchez. Los de Ciudadanos, muy discretos, mezclados entre el personal asistente, por si las moscas. Dancausa al lado de Carmena y delante de Pablo Casado, que era el que interesaba a los periodistas. Rita Maestre, muy desplazada a la derecha, desde mi perspectiva. Y el peculiar Iñigo Errejón con Tania Sánchez siguiendo sus estrechas espaldas.
No creo que Soraya aspire a Madrid. Perdería el CNI, que tan buenos resultados le ha dado. Por otra parte, intuí un esfuerzo de unidad entre los dirigentes regionales del Partido Popular, todos ellos satisfechos con la presencia de la ministra de Defensa, que tiene al partido detrás. Pablo Casado en segunda fila siguió el desarrollo del acto del 2 de Mayo mirando por encima de la silla vacía, que le permitía una observación privilegiada. Por circunstancias de protocolo, con el presidente en funciones en el estrado, la silla vacía presidió el evento, y lo hizo con una gran dignidad. Eso sí. Entre las patas delanteras de la silla vacía y las del asiento de la ministra de Defensa se establecía una distancia más corta, por lo menos de cinco centímetros, que entre las patas de la silla vacía y las de la silla que ocupaba la vicepresidenta del Gobierno. Pudo tratarse de un mensaje o de una mera casualidad. Observé que los dirigentes del PP que acudieron a saludar a Soraya y María Dolores lo hicieron por detrás, y con semejante intensidad en la efusión. Todo menos dar pistas. Pero antes tenían que pasar al lado de Pablo Casado, y éste recibió más besos y abrazos que las representantes del Gobierno, y ese mensaje se me antojó de gran importancia histórica.
Iniciado el acto, la silla vacía permaneció en educado silencio sin manifestarse a favor de una u otra. Hubo un momento en el que María Dolores, para relajarse, apoyó su mano derecha en la planicie abandonada de la silla, y al instante, la mano izquierda de Soraya procedió a imitar el gesto. No se rozaron los dedos de las manos, pero dieron a entender que aquel territorio yermo de glúteos les pertenecía por igual. Al fondo, las Palomas Segrelles, madre e hija, miraban la silla vacía con desbordado antojo, pero por esta vez no se atrevieron a sentarse en ella y presidir el acto al unísono. Se comentó mucho ese alarde de modestia y discreción.
Cuando el último de los galardonados se refirió a la ex presidenta ausente, aplaudió con más fuerza Cospedal que Santamaría, y sorprendentemente, la alcaldesa Carmena chocó las palmas de sus manos, mientras el resto de los ocupantes de la derecha de la primera fila –insisto, desde la perspectiva del estrado-, se abstuvieron de demostrar su entusiasmo. Al galardonado le dolió sobremanera – más tarde me lo confesó con lágrimas en los ojos-, la obstinada resistencia al aplauso por sus palabras del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, con quien mantiene una cordial relación. Y tampoco aplaudió la silla, que estaba cansada de tanto trajín y tanto lío. Al fin, el presidente en funciones, Ángel Garrido, entregados los premios y distinciones, ocupó la silla vacía, la que le correspondía, para oír la interpretación por parte de un cuarteto de cuerda de una composición de Turina, que por lo oído, los jóvenes profesores improvisaron en aquel instante. La música de Turina fue ejecutada en el sentido mas duro de la expresión. Cuando los asistentes se incorporaron para salir a la Puerta del Sol con el fin de asistir al desfile militar, las sillas intercambiaron sus puntos de vista, que sinceramente, no pude traducir con eficacia. El idioma de las sillas es harto complicado.
Las sillas fueron apiladas y la silla vacía perdió su protagonismo. Todas vacías, unas encima de otras, y el problema sin resolver. En fin, cosas de la política.
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