Opinión

Dos generales fascistas

Uno, español y el otro, norteamericano, estadounidense para más señas. El Departamento de Asesoría Histórica y Cultural del Ayuntamiento de Barcelona, que depende directamente del concejal argentino Pisarello, ha entregado a la alcaldesa Colau un documento que demuestra que dos peligrosos generales fascistas o sus herederos poseen negocios en Barcelona. Es decir, que además de ser generales, a su retirada establecieron pingües negocios sin ocultar su condición de militares . Después de dejar sin calle al Almirante Cervera, no tiene sentido que esos dos generales fascistas mantengan abiertos sus negocios en Barcelona, y con la chulería que los caracteriza, exhiban en los locales de sus establecimientos su rango castrense e identidad. Se trata, como todos los lectores habrán adivinado, del General Óptica y del General Motors.

El General Óptica, oftalmólogo, fue capitán de Sanidad en el Ejército Nacional durante la Guerra Civil. Y salvó la vista de centenares de militares y civiles heridos en la contienda. Terminada la guerra, el General don Ramón Óptica decidió montar un taller de graduación de la vista y un pequeño negocio de lentes y gafas. Jamás preguntó a sus clientes y pacientes por sus ideas políticas, y extendida la fama de su calidad de servicio, aumentó su negocio y abrió establecimientos en diferentes ciudades de España, entre ellas Barcelona. No obstante, Pisarello, responsable del Departamento de Denuncias Culturales e Históricas del Ayuntamiento, ordenó, con la autorización de la refinada y cultivada alcaldesa Colau, que los herederos del General, fallecido en 1987, mantuvieran el apellido de la razón social eliminando la graduación militar del fundador del negocio. Apoyada por la Comisión de la Memoria Histórica, el Ayuntamiento ha concedido un plazo de veinte días para que sea borrado el empleo de General de las tiendas y laboratorios de gafas de Barcelona. A partir del 1 de junio, General Óptica pasará a denominarse «Fraternitat Optica de Catalunya». Ya era hora.

Y lo mismo con el General Motors, el americano, un capitalista insaciable, un acumulador de fortuna. El General Arthur Motors, cumplido su deber en la Primera Guerra Mundial en la que intervino como asesor del Mando británico por orden del Pentágono, receptor de una inesperada y generosa herencia, fundó junto a su esposa, Marylin Cadillac, una modesta fábrica de coches. Tuvo enorme éxito, y sus marcas triunfaron en todo el mundo, sobre todo Chevrolet y Cadillac.

Los descendientes del General Motors están decididos a mantener la personalidad del fundador de la empresa como valor fundamental de su activo social, y le han advertido al Ayuntamiento de Barcelona, que de no permitir que su delegación en Cataluña respete el rango militar del General Motors, se verán obligados a hacer lo mismo que las grandes empresas y bancos con sede en Barcelona. Irse. Levantar la tienda. Reunir los bártulos, los coches, los expositores y los neumáticos de recambio, y establecerse en Aragón, donde los generales son infinitamente más respetados. La propuesta de cambiar su razón social por «Haigas de la República de Catalunya» se ha desestimado por unanimidad en la Junta General de accionistas celebrada en Nueva York.

No obstante, y no pretendo ejercer ninguna labor de coacción, creo que el Ayuntamiento de Barcelona haría bien en mantenerse inflexible. No resulta tolerable lo de la Delegación del General Motors con esas letras tan grandes, luminosas y provocadoras de violencia militar. Si los descendientes del General de Sanidad don Ramón Óptica quieren seguir graduando la vista y vendiendo gafas en Barcelona, y los accionistas de la empresa del General Motors sus carísimos y capitalistas automóviles, que se atengan a los expedientes de Cultura e Historia del Ayuntamiento barcelonés con todas las consecuencias. Los generales fascistas, fuera de Cataluña, y además, a toda pastilla.