Opinión

El serial

Hoy comienza en la plaza de Toros de Las Ventas del Espíritu Santo la feria taurina de San Isidro más larga de la historia. Treinta y cuatro tardes seguidas de toros en Madrid. Vicentón Zabala, padre del actual don Vicente, le decía a la Feria «el serial». Echo mucho de menos a Vicente, con el que discutía desde mi ordoñismo. Sabía tanto de toros como de fármacos. Los redactores de ABC que se sentían indispuestos recurrían a él. –Vicente, tengo insomnio y duermo apenas dos horas–; –Prueba con un miligramo de Lorazepam–. Tenía de asesor en ABC a José Luis Suárez-Guanes, conde del Valle de Pendueles, dueño de una memoria portentosa. Vicente convenció a Luis María Anson del beneficio de su contratación, y cuando albergaba alguna duda histórica, recurría a Pendueles que llevaba el archivo en su cabeza. Durante un tiempo, anterior al de asesor de Vicente, Suárez Guanes se aprendió de memoria la lista telefónica de Madrid hasta la C. – A ver, José Luis, Bonmatí Carrecedo, Joaquín–. Y Pendueles no lo dudaba. –Atocha 65, 2286549–. Y no erraba.

La Feria de San Isidro la inventó don Livinio Stuick, empresario de las Ventas. Creo que la primera edición constó de seis festejos. Pocos años más tarde se emitieron las primeras corridas por televisión, en blanco y negro, con Manuel Lozano Sevilla, taquígrafo del Jefe del Estado, en su papel de comentarista. Lozano Sevilla era también el responsable de escribir las crónicas de los viajes de Franco por España. Su crónica se publicaba en todos los periódicos y nadie osaba corregirle ni un acento mal colocado. Un día escribió que al «llegar el Caudillo a Granada las campanas doblaron de alegría». José Montero Alonso, Monterito, que llegó a centenario, y era redactor de Informaciones, llamó al Ministerio de Información y Turismo: –Hay un error grave en la crónica de Lozano Sevilla. Las campanas no doblan de alegría, repican. Doblan a muerto–. Pero Lozano no pudo ser encontrado y se publicó con su metedura de pata. Y Monterito escribió: –El doblar, que es toque serio/ puede serlo de optimismo,/ si lo ordena el Ministerio/ de Información y Turismo». Jubilado Lozano, fue sustituido en TVE por Matías Prats, que no paraba de largar entre toro y toro. El realizador pinchó la cámara que enfocaba a un avión rumbo a Barajas, y Matías no reculó: «Ese avión que desciende, probablemente provenga de Bilbao, y por su manera de volar, su comandante podría ser mi querido amigo José Arango, gran piloto de Iberia». La nostalgia no es un error.

Con 34 corridas por delante, me tomo la libertad de rogarle al público de Madrid que acuda a la plaza a disfrutar, no a sufrir ni enfadarse como es habitual. En Sevilla se entiende y se ama a la Fiesta tanto o más que en Madrid, y Sevilla goza y se emociona. Un sector predominante y supuestamente entendido del público de Las Ventas se gasta el dinero de los abonos con el único fin de desahogar sus frustraciones domésticas. Se trata de un sector malhumorado que influye en el resto del público, que es un resto manso y sometido a la mala educación de los vociferantes. No se perdona a la figura del toreo, y se exige el «toro de Madrid», que es un toro sobrado de kilos y muy dado al derrumbamiento. El público no admite ni la natural y pasajera situación del entumecimiento. El grito que más se jalea en Las Ventas es «¡Cojo, cojo, cojo!», y no tiene razón de ser.

Con 34 festejos hay margen para todo. Sea abucheado lo deplorable, silenciado lo inane y ovacionado lo bueno. Pero sin premeditada agresividad. La Fiesta es arte en movimiento, siempre con la herida y la muerte enalteciendo el arte. Exige mucho respeto. La emoción está en el instante, y la soledad del hombre en el ruedo demanda, como poco, la buena educación.

Ya estamos en «el serial». Seamos buenos aficionados, no críticos entregados a la pedantería y la cursilería del supuesto purismo. Y a disfrutar, que lo necesitamos.