Opinión

Un país víctima de la pasividad de Macri

n 2012, tras ocho años de un disparatado Gobierno Zapatero, España estuvo a punto de quebrar: así, los tipos de interés de nuestra deuda se dispararon porque los inversores no se fiaban de los pasivos del Reino de España. De ahí que, ese mismo año, Bruselas nos presionara intensamente para sanear sus cuentas públicas: cuanto menor fuera nuestro déficit público, menor capital deberíamos pedir prestado a los mercados y, a su vez, menores suspicacias generaríamos en esos mercados. Al final, el Gobierno de Mariano Rajoy acometió algunos ajustes del sector público que, no obstante, fueron marcadamente insuficientes: en julio de 2012, la prima de riesgo se ubicó en máximos históricos y el Banco Central Europeo tuvo que acudir a nuestro rescate (gracias al cual, y ya con tiempo de por medio, sí hemos sido capaces de ir reestructurando moderadamente nuestra economía y nuestro sector público).

Ahora traslademos este mismo caso al contexto argentino. Macri llegó al Gobierno argentino a finales de 2015, tras varias legislaturas económicamente calamitosas protagonizadas por los Kirchner. En ese momento, la economía argentina se encontraba completamente desestructurada: primero, el déficit público ascendía al 6% del PIB; segundo, ese desequilibrio no se podía financiar emitiendo deuda en los mercados internacionales, dado que los inversores desconfiaban por entero de los Kirchner; tercero, por ello, buena parte de ese déficit se financiaba mediante la impresión de pesos por parte del Banco Central argentino; cuarto, como consecuencia de esa impresión masiva de pesos, la inflación interna se hallaba disparada; y quinto, dado el fuerte deterioro del valor del peso, el Ejecutivo de los Kirchner había instaurado desde 2011 un cepo cambiario, esto es, una fuerte restricción a la compra de dólares por parte de los ciudadanos para evitar que el peso se depreciara. En suma, el Gobierno argentino de los Kirchner financiaba sus voluminosos déficits públicos machacando a inflación a sus ciudadanos.

Macri llegó al poder jurando que iba a solventar todos estos desequilibrios macroeconómicos, pero para hacerlo era esencial meterle mano al déficit público recortando el gasto. No lo hizo: en su lugar, optó por levantar el cepo cambiario, por prometer ajustes graduales del déficit y por confiar en que los mercados internacionales volvieran mientras tanto a prestarle dólares (evitando así una fuerte depreciación del peso). Durante un tiempo funcionó, pero las cosas han cambiado. Por un lado, los tipos de interés están aumentando en Estados Unidos, de modo que los inversores globales prefieren invertir en el seguro EE UU que en la arriesgada Argentina; por otro, el sector público sigue sin ajustarse tras más de dos años de Gobierno de Macri (el déficit público está en el 7%). Esta huida de capitales de Argentina, que viene labrándose desde comienzos de año, se ha acelerado en las últimas semanas, provocando una fuerte depreciación del peso (en torno a un 20%) y una acelerada elevación de los tipos de interés internos (hasta el 40%) con el propósito de frenar esa depreciación. Ahora, con los capitales huyendo del país, el presidente Macri acude al hermano mayor, es decir, al Fondo Monetario Internacional: confía en que el FMI le dé crédito a Argentina de un modo parecido a como el Bancon Central Europeo se lo dio a España. La diferencia es que el FMI es un acreedor bastante más duro que el BCE y Argentina un peor deudor que España. Mucho me temo que, como en anteriores ocasiones, no les saldrá bien.