Opinión

Huchas para Ginebra

Hemos llegado a los aledaños de la ancianidad aquellos niños que conocimos las huchas étnicas del Domund. En el Colegio del Pilar de Castelló don Genaro nos las repartía. – El que la rompa se va a llevar un buen coscorrón-. Hoy son joyas de anticuarios y chamarileros. El jefe sioux con su penacho, el chino, el negro, el indio... El chino se cubría con un amplio sombrero amarillo y era el más sencillo para recibir el óbolo. Ranura en planicie. Al contrario que el sioux, de más complicado acceso. Las ranuras eran largas, para admitir las monedas de cinco pesetas, los duros de níquel de aquel tiempo. En la calle y en las puertas de las iglesias pocos viandantes o fieles se negaban a depositar una moneda en la hucha de aquel niño tan mono y gracioso que yo era. No pronunciaba bien la «s», ceceaba, y en mi familia me llamaban el «Zópaz». Cuando, en mi Primera Comunión, que compartí con mi hermano Jaime en la capilla del Colegio del Sagrado Corazón de la calle Caballero de Gracia – capilla costeada por mi tatarabuelo, con obras de arte depositadas de las que nunca más se supo-, los asistentes rompieron en carcajadas cuando declamé mi renuncia a Satanás. «Renuncio a Zatanáz, a zuz pompaz y a zuz obraz, y prometo zer fiel a Jezucrizto por ziempre jamáz amén». Muy doloroso para aquel niño rubio y gracioso que fui.

Después de las huchas del Domund, la más famosa alcancía fue la de Olof Palme pidiendo en las calles de Estocolmo moneditas para los etarras. Mas tarde reconoció su ridículo. Pedir dinero con una hucha es recurso extremo, pero si el destino de la solicitud es justo, el pueblo reacciona.

Llevo días muy preocupado con la situación económica, insostenible, de la excelsa dirigente de la izquierda separatista y marginal de Cataluña Anna Gabriel. Ha alquilado un modesto apartamento en Ginebra cuyo coste de alquiler, también adecuado a su modestia y humildad, es de 5000 euros al mes. Hasta el momento, ha satisfecho todos los meses la cantidad acordada, y puntualmente. Pero le falta un trabajo para que las autoridades helvéticas le concedan el permiso de residencia. Aun así, insiste en permanecer en ese modesto apartamento de 5000 euros al mes, que menoscaba cruelmente su bolsillo. Y propongo que la CUP proceda a fabricar huchas de Anna Gabriel como las del Domund de mi infancia, en dos versiones. Versión pelo «Prusás», y versión pelo «Genéve». Todo menos dejar sin recursos a una perseguida por el franquismo que vive en Ginebra en un apartamento de 5000 euros de alquiler. Lo más parecido a una celda.

Habría que elegir bien la jornada de cuestación. Y que los portadores de las huchas de marras fueran personajes populares y queridos por la ciudadanía. Propongo a Ada Colau, Pisarello, Fachín, la monja Coñazo, Pilar Rahola, Rufián, Piqué, los presentadores de TV3, Jordi Évole, Karmele Merchante y más representantes de la cultura y la política catalanas. De tal modo, que al finalizar la cuestación, y siempre que no sea un miembro de la familia Pujol el encargado de abrir las huchas y contar el dinero recaudado, se obtenga con toda seguridad una cantidad de euros considerable, que ayudaría a sobrevivir sin contratiempos a la alquilada por 5000 euros cada mes. A eso se le llama hacer patria, y no a otras tonterías.

Porque puestos en la seriedad, la situación es tremenda. El franquismo persigue a la gran revolucionaria de la izquierda separatista. Ella huye a Suiza, que está más cerca que Cuba, faltaría más. Alquila un cuchitril por 5000 euros, que es una minucia. Pero vivir no es dormir. Hay que comer, ir al cine, alquilar una barca para remar en el lago, tomar un aperitivo en un chiringuito ribereño, comprar hamburguesas, adquirir en versión suiza – en francés, preferentemente-, el libro «La Catalogne, mon pays», y lo que sea, que también hay que darle trecho al antojo. Personalmente, me comprometo a colaborar. Pero ya. Que lo está pasando fatal.