Opinión

Barandilla

Leo en nuestro «Submarino», que el PNV ha colado en los Presupuestos Generales del Estado una partida de 1.500.000 euros destinados a la reparación de la barandilla del Paseo de la Concha, en San Sebastián. Reparación que pagaremos todos los españoles. Por mi parte, encantado. Prefiero que mi dinero sirva para reparar esa maravillosa y peculiar barandilla a que termine en la subvención de una película pésima, un montaje de teatro sin interés, una asociación feminazi, o un proyecto para adecentar los carriles de un parque nacional que facilite el acceso a senderistas y ciclistas con intenciones de condimentar un arroz valenciano, precursor de un incendio. Prefiero que mis impuestos se concentren en la barandilla del Paseo de la Concha que en la remodelación de la terraza del chalé de los Pujol, que ya la hemos pagado sin que nos hayan pedido autorización para ello. Al fin y al cabo,la mínima parte de lo que me corresponda pagar de ese millón y medio de euros, es una insignificante correspondencia a la felicidad que me proporcionó en mi infancia y juventud la barandilla donostiarra. Se trata de un impuesto al agradecimiento.

Hace unos años, un donostiarra que ha triunfado en España con el buen gusto, Carlos Satrústegui Unceta, diseñó una corbata con el dibujo de la barandilla de la Concha que se agotó en pocas semanas. Todos los que habíamos sido felices en San Sebastián nos hicimos con ella. Y somos muchos los que tenemos anclados en nuestra memoria los recuerdos y las vivencias junto a la bahía mejor dibujada por Dios. Desde esa barandilla, hemos admirado la belleza cambiante de la bahía durante horas y horas. De la mar tranquila y soleada al nortazo loco de la galerna después del viento sur. Apoyados en esa barandilla hemos seguido expectantes los partidos de fútbol infantiles de los futuros jugadores de la cantera de la Real Sociedad. Y hemos disfrutado de los paisajes que se mueven en la playa. Nosotros, de los paisajes de ellas, y ellas de los paisajes de ellos. Esa barandilla que nace en los jardines de Alderdi-Eder hasta el túnel zumbante y sonoro del Antiguo, frontera de La Concha con Ondarreta, ha sido nuestro apoyo, nuestro descanso y nuestra placidez en centenares de ocasiones. Superado el túnel, la barandilla desaparece porque el paseo pierde altura y desciende casi al mismo plano de la playa de Ondarreta, que es la fetén, desde el pico del Loro hasta las rocas del malecón de Igueldo, donde hoy se venera el Peine de los Vientos de Eduardo Chillida. El viejo malecón del Tenis, donde muchos pescábamos en las pleamares con largas cañas y cortas expectativas.

Esa barandilla parece construida con sal, porque huele a sal del último tramo del Cantábrico, el mar de los vascos, el que muere en la costa desde el Abra de Guecho hasta el Cabo Híguer de Fuenterrabía, del que escribió José María de Areilza, que es la última roca de nuestra Patria, España. Después de tantos años arruinándome con impuestos para pagar asesores de los aforados, ladrones del dinero público, golfos y gorrones de los contribuyentes, me entero al fin, de que unos céntimos de mis impuestos se invertirán en la barandilla del Paseo de la Concha. Obras Públicas, Sanidad, Educación, Defensa, Seguridad y barandilla. Estos impuestos no hieren.

Muchos años llevo sin ver romper las olas en La Concha, en Ondarreta o golpeando la proa de Igueldo o los frentes a la Zurriola del Paseo Nuevo, lecho del monte Urgull. Demasiadas ausencias y tiempos irrecuperables. Una avispada burra de Batasuna propuso un día, probablemente con la resaca de una cogorza, eliminar de San Sebastián todo vestigio o huella de La Corona, de la Familia Real. Le escribí un artículo recomendándole la fórmula efectiva. Una bomba atómica. San Sebastián y Santander no pertenecen plenamente a donostiarras y santanderinos. Son las dos grandes ciudades de España del veraneo. Y ahora me entero que hay que arreglar la barandilla del Paseo de la Concha. Un millón y medio de euros de los Presupuestos Generales del Estado. Por primera vez, y sin que sirva de precedente, le autorizo a Montoro a hacer buen uso de mi expolio tributario.