Opinión

Relancemos la globalización

La globalización ha sido uno de los fenómenos que más ha revolucionado el panorama mundial en toda la historia de la humanidad. De hecho, en cierto modo, la historia (económica) de la humanidad puede entenderse como un progresivo tránsito desde economías cerradas hacia una mayor integración globalizadora: a saber, la historia de cómo la división del trabajo va internacionalizándose a áreas cada vez más amplias, enriqueciendo de ese modo a todos aquellos que deciden sumarse a ella.

Así, en las últimas tres décadas hemos presenciado cómo la tasa de pobreza en el conjunto del planeta ha descendido desde el 40% de la población a menos del 10%. A su vez, tal prosperidad también se ha trasladado a los países desarrollados, los cuales han visto cómo se incrementaba la renta per cápita en todos los estratos de la población. No en vano, la evidencia disponible nos indica que un aumento de un punto porcentual en el grado de apertura comercial de un país tiende a incrementar su renta per cápita a largo plazo entre un 3% y un 5%: más libre comercio es mayor prosperidad para todos. Por desgracia, muchos políticos y analistas han venido repitiendo durante los últimos años la falaz consigna de que las clases medias occidentales se han empobrecido enormemente no como consecuencia de la brutal crisis económica que hemos experimentado, sino por la extensión del comercio internacional («los chinos nos roban los empleos de calidad»). Fruto de esta retórica venenosa, tan difundida durante la crisis, los gobernantes han comenzado a frenar en seco la extensión de la globalización: o, al menos, eso es lo que denuncia el Banco Central Europeo en su último Boletín Económico, publicado este pasado miércoles.

De acuerdo con la institución monetaria, la suscripción de nuevos acuerdos de libre comercio se ha frenado apreciablemente desde el inicio de la crisis: si entre 1990 y 2007 se solían firmar alrededor de 30 nuevos acuerdos de libre comercio cada año, en la actualidad se están rubricando menos de 10 por año. Asimismo, la sostenida disminución de los aranceles medios aplicados en las economías avanzadas y emergentes también se ha paralizado: si las primeras recortaron sus impuestos contra las importaciones desde el 5% en 1990 al 2,5% en 2007 y las segundas desde el 38% hasta el 10%, hoy los aranceles medios de ambas siguen estancados en porcentajes muy similares a esos, incluso con una cierta tendencia a incrementarse.

Por desgracia, en este clima de enfriamiento de la globalización, han comenzado a soplar adicionalmente los vientos de guerra comercial entre EE UU y China: el propio BCE advierte de que «una escalada significativa de las tensiones comerciales podría hacer descarrilar la actual recuperación del comercio y la actividad mundiales». En la actual coyuntura de reflorecimiento del mercantilismo y del proteccionismo, es urgente reivindicar los beneficios que nos ha traído –y que nos podría seguir trayendo– el libre comercio: tanto los países desarrollados como los países en vías de desarrollo deberían darle un nuevo impulso al desarme arancelario multilateral para, por esa vía, impulsar también el crecimiento económico global.