Opinión

Calumniador

Fascistas, aprovechados, patéticos, repulsivos, bordes, locos, maleducados, pijos, brutales, desvergonzados y expoliadores. Estos son algunos de los adjetivos que dedica a los «españoles» el candidato a president de Catalunya. Quim Torra es el peor de los dirigentes posibles. Un líder emocional, abrevado en la literatura, el fanatismo y la entrega. En «El tigre soberanista» explica a Jordi Mercader: «Mis adversarios políticos (...) son todos aquellos que no quieren que ondee la bandera catalana bien derecha, bien alta, bien sola, en la Capitanía Militar». Confiesa preferir la estelada, de estilo cubano, «simbolismo masónico» y «clara significación revolucionaria».

El candidato asiste todos los años al homenaje a los hermanos Badía, admiradores de Mussolini, protagonistas destacados del golpe de estado del 34 en Cataluña contra la República. Los Badía, que militaban en el partido nacionalista fascista «Estat Catalá» protagonizaron un atentado frustrado contra Alfonso XIII y represaliaron duramente a los anarquistas desde la Comisaría de Orden Público. Ambos, Miguel y Josep, fueron asesinados, en venganza, por el anarcosindicalista Justo Bueno Pérez. Quim Torra es fácil de conocer porque ha escrito bastante. Gasta una literatura rimbombante y mesiánica, en la que llega a identificar el dominio del catalán con la tarea patriótica y dice que Pompeu Fabra o Pla aspiraban a esta excelencia. Sus frases son lapidarias: «Hemos pasado del derecho a decidir al deber de la autodeterminación» («Los últimos 100 metros», 2016). Con Torra llegamos al final de un viaje a los años 30, al romanticismo literario catalán y al centro sentimental del odio. Tremendo.