Opinión

¿Y si dejan de soplar los vientos de cola?

La economía española ha experimentado uno de los crecimientos de la actividad y del empleo más notables de toda la eurozona desde 2014. No en vano, tanto el Producto Interior Bruto como el número de ocupados con contrato indefinido ya son superiores a los alcanzados antes de la crisis. Sin embargo, este intenso ritmo de crecimiento ha venido en gran medida auxiliado por los llamados «vientos de cola», a saber, por un contexto internacional muy favorable en forma de bajo precio del petróleo, bajos tipos de interés, bajo tipo de cambio y bajas incertidumbres globales.

Es verdad que otros países europeos también se vieron beneficiados por esos potentes vientos de cola y, en cambio, no fueron capaces de aprovecharlos del mismo modo en que lo ha hecho España, pero todo ello no debería llevarnos a olvidar que nuestro actual ritmo de mejoría sí es enormemente dependiente de los mismos. Sin ir demasiado lejos, el propio Banco de España estima que dos tercios de nuestro crecimiento están vinculados a tales impulsos exógenos: es decir, que, sin ellos, nuestro país no se expandiría a tasas cercanas al 3%, sino al 1%. Y no olvidemos que a unas tasas del 1% la creación de empleo se frenaría en seco (tradicionalmente, se decía que nuestra economía necesitaba crecer al 2% para crear empleo, pero, tras la reforma laboral, se estima que basta con hacerlo al 1%). El problema, claro, es que los vientos de cola parece que están dejando de soplar o, al menos, que podrían dejar de hacerlo en no mucho tiempo.

Primero, el precio internacional del petróleo va camino de los 80 dólares el barril: por cada dólar que se encarece el crudo, nuestra economía ha de soportar un sobrecoste adicional de unos 350 millones de euros; el precio medio del barril en 2017 fue de 55 dólares, de modo que, si se ubicara establemente en 80, deberíamos desprendernos de casi 9.000 millones de euros adicionales por año.

Segundo, los tipos de interés parecen condenados a incrementarse en el medio plazo, tanto por voluntad de los bancos centrales cuanto por el progresivo incremento de la demanda de crédito privada. Todo ello tendrá un evidente impacto sobre nuestros pagos al exterior: a la postre, cada año efectuamos desembolsos a nuestros acreedores foráneos –en concepto de intereses y demás rentas financieras– por valor de 50.000 millones. Tipos más altos supondrían pagos más cuantiosos.

Tercero, si los tipos de interés terminan subiendo en la eurozona, es muy probable que el euro también se aprecie frente al resto de las divisas, lo que impactaría negativamente sobre nuestras exportaciones (aunque también nos ayudaría a contrarrestar parte de la escalada del coste del petróleo).

Y cuarto, si bien la economía global continúa experimentando un período de bonanza, existen ciertos riesgos en el horizonte. Por un lado, la incipiente guerra comercial entre EE UU y China podría socavar los flujos comerciales internacionales; por otro, la crisis argentina también amenaza con afectar gravemente a un área económica especialmente importante para las inversiones extranjeras españolas.

En suma, sin ser un panorama ni mucho menos dramático, no deberíamos soslayar el riesgo de que los vientos de cola se paren y de que nuestra pujanza de años anteriores se resienta. Para contrarrestarlo, nada mejor que revigorizar la agenda reformista y liberalizadora que lleva años durmiendo el sueño de los justos: más libertad económica, impuestos más bajos y menor gasto público. Con ello lograremos que los vientos favorables nos soplen desde dentro.