Opinión

Charles Louis de Secondat

Siempre que se relacionan los conceptos justicia y política aparece Montesquieu, tal cual fuera una suerte de mantra que refuerza cualquier idea que al respecto se expresa. Para este pensador, la justicia sólo era la boca que dice la ley, por lo que es un poder vacío. Pero es que Montesquieu concebía las leyes como algo perfecto en sí mismo, que el juez, como mero autómata, debía aplicar a cada caso realizando una mera labor de aplicación de la norma, abandonado todo esfuerzo hermenéutico. Pero en honor a la verdad, Charles Louis de Secondat, no podía estar más equivocado.

A pesar del esfuerzo codificador de Napoleón, tras el cual parecía que todo estaba en las leyes y que no habría relación jurídica, ni conflicto jurídico para el que no se encontrara solución en las normas legales, la realidad como siempre supera la ficción y en este caso la previsión legal.

El juez debe decidir sobre lo que dicen unas leyes sumamente imperfectas, puesto que al igual que las sentencias son obras humanas. Superado este inicio de plena confianza en la ley surge el denominado derecho judicial, en el cual la interpretación y la labor hermenéutica que los jueces desarrollan llega a cobrar una importancia radical en la resolución de conflictos, incluso en un sistema como el nuestro basado en el principio de legalidad. En este nuevo contexto de labor judicial, es importante que la interpretación y las valoraciones fácticas se realicen de forma racional, lógica, y sobre todo imparcial. Esto es algo que se les pide a los jueces porque son los últimos garantes de los derechos fundamentales. Para que esto se materialice en unas condiciones que garanticen la independencia judicial, se requiere que el juez lo sea, independiente, frente al resto poderes, incluidos los fácticos, y respecto de sí mismo, no estando limitado ni por su ideología, sesgo de parcialidad o incluso por su propia ignorancia. El juez más trasparente y mejor escrutado es aquel de quien conocemos su ideología, siempre que este la venza y no presuponga cortapisa alguna a su independencia de criterio, y por ello siempre he considerado que un juez con ideología debidamente superada es un juez plenamente independiente, claro está, siempre que ello no se utilice torticeramente para generarle una apariencia de parcialidad.