Opinión
La izquierda debería reclamar más liberalizaciones
Una de las quejas más habituales de la izquierda contra el tipo de recuperación económica que está experimentando España es que los márgenes empresariales se están ensanchando mientras que los salarios se mantienen estancados. La apreciación tiene su punto de verdad, aunque no es del todo cierta. En primer lugar, según ha constatado recientemente el Banco de España en su informe anual sobre la economía, los márgenes empresariales han aumentado durante la crisis hasta situarse en niveles similares a los de la Eurozona o Alemania. Segundo, pese al incremento de los márgenes empresariales, los beneficios corporativos siguen sustancialmente por debajo de los alcanzados con anterioridad a la crisis. Tercero, parte de los beneficios que han cosechado las empresas al incrementar sus márgenes los han destinado a sanearse financieramente (reducir su endeudamiento) o a ejecutar nuevas inversiones productivas. Y cuarto, buena parte de ese esfuerzo inversor de las empresas, si bien no se ha dirigido a incrementar los salarios, sí se ha destinado a aumentar sus plantillas a un ritmo de medio millón de nuevos trabajadores por año. En definitiva, ni el sector empresarial está tan bien como se airea, ni el sector laboral tan mal como se denuncia.
Ahora bien, y sentado lo anterior, sí es pertinente constatar que algunos de esos márgenes empresariales –según critica el propio Banco de España– se han incrementado desproporcionadamente durante los últimos años debido a un motivo fundamental: la falta de competencia efectiva en algunas industrias. En efecto, cuando las barreras de entrada dentro de algún sector económico son muy elevadas, el llamado «poder de mercado» hace su aparición, esto es, las empresas dominantes dentro de ese sector devienen capaces de elevar los precios de sus productos –sin ningún competidor real que les plante cara– para así maximizar sus ganancias a costa del bienestar de los consumidores. De ahí que las barreras de entrada constituyan un obstáculo básico a eliminar en cualquier mercado con tal de volvernos más eficientes y, en consecuencia, más ricos.
La principal y más dañina de las barreras de entrada es la regulación estatal: a saber, todo aquel conjunto de normas legales que, en la práctica, impiden (o encarecen enormemente) que un ciudadano pueda crear una empresa y rivalizar con las firmas establecidas. En su informe anual, la institución monetaria se refiere especialmente a dos de las muchas barreras de entrada que existen en nuestra economía: los umbrales regulatorios que penalizan el crecimiento empresarial (por ejemplo, incrementar las cargas laborales o fiscales que pesan sobre las empresas cuando alcanzan un determinado tamaño en términos de plantilla o volumen de facturación), así como la falta de unidad regulatoria de mercado (en esencia, la dispersión normativa fruto del estado autonómico). Sea como fuere, lo cierto es que todas aquellas personas de izquierdas preocupadas por los elevados márgenes empresariales deberían estar reclamando ahora mismo una mayor liberalización de los mercados para que el grado de competencia se incremente y, merced a él, los beneficios extraordinarios de carácter injustificado se reduzcan.
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