Opinión
La furia
Nos gusta vivir en el alambre, sentimos una añoranza de circo que nos redima del aburrimiento cotidiano. Durante años, casi de una forma patológica, había que buscar la inestabilidad acorde con una sociedad infantilizada y editoriales adolescentes, pidiendo lo imposible, jugando con las medias verdades, como un grotesco revés del mayo del 68. Puestos a hacer bullying global, salgamos del patio del colegio y vayamos a la mayor, al presidente. Si se lo merece porque se lo merece –claro que ha habido momentos desesperantes como para cogerle de las solapas–, y si no, pues también, que queda guay culparle de las siete plagas. Los que tan bien se lo pasaban con esas frases de delirio surrealista –«es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde»– van a disfrutar mucho más con lo que está por venir. Tanto que llegarán a llorar de tanta risa.
Los que no veían importante la marcha de la economía rememorarán tiempos pasados en los que al parecer eran tan felices que desean revivirlos. Eso sí, somos limpios, aunque lo que pasa es como volver del revés los calzoncillos. Alguien vendrá que bueno te hará. Incluso los que de verdad creían que era la bestia echarán de menos un demonio. Ha empezado el tiempo de la nostalgia y, ojo, el cambio de bando del ruido y la furia.
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