Opinión
Autonomía estratégica europea
Con toda la atención mundial centrada en lo que pudiera pasar en Corea –con el morbo añadido de tratar de adivinar qué conejo van a sacar los Sres. Trump y Kim de sus respectivas chisteras– quizás sea el momento de reflexionar sobre qué deberíamos hacer los europeos con nuestra Seguridad y Defensa. De parodiando aquellas inolvidables palabras de Francisco Umbral, hablar de nuestro libro, porque si no, como él dijo, ¿qué hemos venido hacer aquí? Es decir, de cómo enganchar la OTAN con las incipientes iniciativas europeas de Defensa.
El que los europeos debemos alcanzar un cierto grado de autonomía estratégica es una necesidad vistas las actuaciones de las tres últimas administraciones norteamericanas: Bush II, Obama y Trump. El Brexit no solo ha provocado, sino también en cierto grado facilitado, la búsqueda de dicha autonomía. Vivíamos muy cómodos bajo la sombrilla norteamericana, colaborando con ellos en lejanas tierras, pero sin sentir urgencia sobre la defensa de las nuestras; centrando nuestros esfuerzos en el desarrollo económico y social. Si por nosotros los europeos fuera, nada habría cambiado. Pero súbitamente una Rusia dolorida empezó a reclamar con malos modos su imaginado espacio vital al mismo tiempo que los norteamericanos se cansaban de seguir pagando la factura de nuestra defensa.
La actuación europea en Seguridad y Defensa del futuro debería ser colectiva, es decir, como un paquete conjunto, para ser valorada tanto por la OTAN, como por cualquier otra organización o coalición alternativa que pueda acordarse. Si salimos individualmente a operar nunca tendremos peso significativo ni seremos decisivos. Si la UE se demuestra incapaz –por su enmarañada burocracia y déficit de liderazgo democrático– para decidir una participación militar significativa, quizás haga falta que un reducido grupo de naciones europeas tome la iniciativa en forma análoga –pero más eficaz– con que la PESCO (Permanent Structured Cooperation) empieza a abordar la colaboración en ciertos aspectos logísticos. Si no alcanzamos un grado de autonomía estratégica suficiente, nadie defenderá los intereses europeos; con UE o sin ella, aunque nunca contra ella.
Pero esta autonomía no debería formularse indiferentemente de los intereses norteamericanos; simplemente no estamos preparados los europeos para prescindir totalmente de ellos. La defensa del territorio europeo –siempre acompañada por la debida disuasión– ante un adversario como Rusia deberá plantearse siempre en el seno de la OTAN. Algunos de nuestros ciudadanos tienen problemas para contemplar la Rusia del presidente Putin como un posible adversario. Como si uno pudiera elegir a sus enemigos y no sucediese que son estos los que te eligen a ti. Desde luego las acciones militares rusas en Georgia, Crimea y el Este de Ucrania no las hemos buscado los europeos aunque seamos copartícipes de alguna falta de consideración en las pasadas ampliaciones de UE y OTAN. La Alianza Atlántica va a emprender una reorganización de su estructura de mando permanente que va a acabar pareciéndose mucho a la que se desmontó al final de la Guerra Fría. También los frecuentes incidentes tácticos –marítimos y aéreos– que se producen ahora nos recuerdan a los que presenciamos en aquellos tiempos. Lo único realmente nuevo son los ataques cibernéticos y las actuaciones híbridas «cívico»-militares. Volvemos al pasado.
Como contrapartida a nuestra subordinación estratégica a EE UU en la defensa colectiva de Europa, los europeos deberíamos exigir un liderazgo en la solución de las crisis que puedan surgir –y las que ya están abiertas– en África. Lo que pase en el Continente africano siempre nos afectará más a los europeos que a los norteamericanos. Especialmente cuando crisis es sinónimo de emigraciones masivas hacia el Norte con un potencial desestabilizador sobre nuestras economías y afectando de paso a la solidaridad entre las naciones de la UE. Los norteamericanos –o la OTAN– deberían aceptar un papel de apoyo a los europeos en las atormentadas tierras africanas reconociendo que la UE tiene a su disposición mecanismos de ayuda económica y social internacional de los que ellos carecen. Las fuerzas del radicalismo islámico que tratan de dominar África son las mismas que actúan sobre Oriente Medio. Pero tras tantos inmensos errores norteamericanos como los cometidos sobre este último, la situación ha llegado a ser tan compleja que supera cualquier posibilidad de protagonismo europeo. De momento en Oriente Medio solo podemos ayudar tratando de mantener un equilibrio entre suníes y chiíes, lo que parece lejano.
Resumiendo en el borrador del libro que tocaba hoy –el que trata sobre la autonomía estratégica europea– encontramos tres capítulos principales. En el primero se preconiza la actuación combinada europea; no actuar de uno en uno. El segundo recomienda que la OTAN sea la organización que lidere la Defensa colectiva de Europa y la correspondiente disuasión frente a Rusia. El tercero propone que sean los europeos –con la UE o en coalición– los que tratemos de estabilizar África. Este es el libro que me parece intuir sobre las líneas fundamentales de la futura y deseable colaboración en Seguridad y Defensa entre norteamericanos y europeos. Pero hará falta liderazgo y mucho coraje para escribirlo del todo. Y no estar absorto en los problemas domésticos.
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