Opinión

Se va

Ha pasado en pocos días de la moción a la emoción (de la despedida). Él, famoso por su manejo de los tiempos (es decir, por no manejarlos en absoluto y dejar que fuesen a su caer), se ha visto obligado a tomar decisiones rápidas. Hasta ahora, sus enmoquetados consultores áulicos y/o palatinas gubernativas no le metían prisa para nada. Excepto para firmar nombramientos. Rajoy se acordó hasta última hora de los muchos miles de cargos nombrados digitalmente que le deben garbanzos, prebendas, momios y sinecuras, además de vacaciones pagadas o la pensión. Él se ha caracterizado por cuidar de los suyos. Mientras no los pillara un juez en algún proceso pendiente. Claro. Pero ahora, quienes susurraban al oído del ex presidente, tienen prisa y parece posible que hasta le hayan sugerido que se largue del PP porque –ya sí– los tiempos cuentan.

Los relojes –que hasta hace pocos días estaban más parados que un español de mediana edad expulsado del mercado laboral– han vuelto a hacer tictac. Ya le aplaudieron en el Congreso de los Diputados, a rabiar. Y aquel aplauso sonó a despedida. No solo fue el preludio de una sobremesa distendida, sino el preámbulo del capítulo de liquidación y cierre de un partido que está conmocionado, (con-mocionado, léase). Sus maestresalas, almidonadas monitoras, informantes y recomendadores (permitan el palabro inventado, pero suena tan cheli...), le han debido dar un empujoncito para que dimita. O no, quizás ha sido idea suya. A saber... Su desenlace político es tan atípico que los acontecimientos aún resuenan confusos, abotargados por una suerte de intoxicación histórica. Rajoy se va. Ha dicho, literalmente: «Lo hago por dos razones: es lo mejor para mí y para el Partido Popular, o dicho de otra forma: es lo mejor para el Partido Popular y para mí. Y creo que también para España». Palabras que dejan pocos equívocos a la interpretación. Aunque hay que señalar una triste evidencia: si sus asesores cortesanos, orientadores y guías advertidoras hubiesen pensado un poquito en la imagen de Rajoy, le habrían sugerido cambiar los términos de esas contundentes frases, para decir: «Es lo mejor para España». Punto. Situar a España como primera (incluso única) preocupación hubiese puesto más grandeza y respeto en su despedida. Al menos ante nosotros, la plebe contribuyente, los pasmados españoles.